La Opinión de Murcia

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Guerra en Ucrania

"Acaban de bombardear una base militar a diez kilómetros de mi casa"

La ucraniana Aleksandra Brovchenko, residente en Lorca, sigue con horror la guerra en su país, en el que vive su madre y al que cree que no pueda volver si lo ‘toman’ los rusos

Aleksandra, con su madre Kateryna en Ucrania.

El sufrimiento ha sido una constante en la vida de Aleksandra Brovchenko, una ucraniana que lleva doce años en Lorca y que dejó mucho antes su país huyendo del horror del constante asedio de Rusia. «Llevamos ocho años sometidos a los rusos que han matado a 14.000 ucranianos», asegura con tristeza.

Su mayor preocupación estos días es su madre. «Temo por su vida. Tiene 80 años y está sola, porque la mujer que la cuidaba se ha tenido que marchar. Ella no quiere dejar su casa, su ciudad, su país… Le ayudan los vecinos. Tenía un billete de autobús para venir a Lorca en mayo que queríamos adelantar, pero ya es imposible», relata entre lágrimas.

Estos días vive pegada a la actualidad informativa. Busca entre las imágenes que ofrecen los medios de comunicación rostros que le sean familiares. «No dejo de llorar, porque es muy duro lo que está pasando en Ucrania. No concibo que en pleno siglo XXI un país pueda atacar a otro. Que se esté matando a gente inocente, que estén destruyendo Ucrania… es un sinsentido. Miro las imágenes de los muertos y rezo porque no sea alguien conocido, pero sé que en cualquier momento ese rostro me será familiar».

A su madre, Kateryna, la llama de cuando en cuando para saber cómo está. «Ayer pudo comprar pan. A las puertas de las tiendas hay largas colas y ya no quedan productos de alimentación. Vive en un bloque de viviendas de nueve plantas y la única ayuda que recibe es la que le ofrecen los vecinos, pero no sé cuánto tiempo van a permanecer allí».

Habla por teléfono con ella, pero las conexiones telefónicas y de Internet están comenzando a fallar. «Acaban de bombardear una base militar a diez kilómetros de mi casa. Los rusos están cerca y yo no puedo hacer nada. Sé que no me cuenta todo lo que está ocurriendo para que estemos tranquilos». Lo que más le preocupa es que su casa está junto a una refinería de petróleo. «Los rusos están bombardeando ese tipo de objetivos, por lo que sabemos que en cualquier momento saltará por los aires y con ella mi ciudad».

"Soy ingeniera de petróleo y gas, pero aquí me dedico a limpiar casas y cocinar

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Guarda silencio mientras respira profundamente y recuerda otra guerra: «Mi abuelo murió en el ataque de los nazis a Ucrania en la Segunda Guerra Mundial cuando mi madre aún era muy niña». Su padre también falleció joven. «Trabajó en la limpieza de la central nuclear de Chernóbil que acabó con él con 56 años en medio de grandes sufrimientos». Hizo, señala, hasta cuatro incursiones en la central nuclear Vladímir Llich Lenin, situada en el norte de Ucrania, para caer poco después enfermo. «Estaba destrozado, alcoholizado y le hacía la vida imposible a mi madre. Muchas noches dormíamos en la calle para evitar sus ataques».

Se casó con un ingeniero, Yuriy, con el que tiene dos hijos, Martyna y Oleg, con los que viven en Lorca. Aquí llegó hace doce años, aunque antes estuvo en Polonia. Durante mucho tiempo permaneció lejos de su marido y de sus hijos. «Se quedaron con mi madre, pero poco a poco todos pudimos reunirnos». El último en llegar fue su hijo. Lo hizo huyendo de la guerra. A pesar de su corta edad intentaron reclutarlo. Su madre hizo lo indecible para evitarlo, recurriendo incluso a ONG.

Esta ingeniera de petróleo y gas, con casi dos metros de altura, es una mujer cariñosa, atenta y trabajadora. Su jornada laboral comienza cuando aún no ha amanecido.

Limpia, plancha, cocina… en distintas casas para mantener no solo su hogar, sino también para ayudar a su madre en Ucrania. Su marido ejerce de fontanero, pero los fines de semana se encarga de hacer ‘chapuzas’ a domicilio. Lo que peor lleva, reconocía, es «saber que podría no volver a ver a mi madre con vida, que probablemente nunca pueda regresar a mi país. Si los rusos ‘toman’ Ucrania, no volveré».

Y entre las imágenes más duras admitía que están ver cómo los rusos llegan a una ciudad y quitan la bandera ucraniana para colocar la suya. A pesar de ello, no pierde la esperanza «de poder volver a pasear con mi madre y mi hija como lo hicimos no hace mucho por un parque repleto de flores junto a un lago en mi país, Ucrania», concluía.

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