Todos los ojos están puestos en Valle. No los ojos en sus ojos, sino mirada de reojo. Es la última esperanza del PP. Diga lo que diga López Miras o lo sepa o no Valle o le guste o no le guste.

A oídos de los populares ha llegado que Valle Miguélez, diputada de Cs y miembro de su dirección regional, se atrevió a poner pegas ante el vicesecretario nacional de su partido, Carlos Cuadrado, cuando éste convocó a los integrantes del Grupo Parlamentario para la firma de la moción de censura al Gobierno de López Miras. No lo veía. Asociarse con la izquierda en la Región significaría un fracaso seguro, pues se trata de la Región de Murcia, donde habita el fantasma de Vox, en cuarto creciente. Y las consecuencias de una lectura pública de deslealtad al pacto con el PP. Etc. Fue un esbozo de análisis político, breve y casi elemental, pero no obtuvo seguimiento. Ni siquiera sus compañeros de escaño Isabel Franco y Francisco Álvarez la secundaron. Nadie puso reparos antes de firmar, y ella también lo hizo. Pero ahí quedó ese leve lamento, que ha llegado a conocimiento del PP.

La aprobación de la moción de censura requiere 23 votos, ni uno más y, sobre todo, ni uno menos: los que suman los 17 del PSOE más los 6 de Cs. Cabría la disidencia de Franco y Álvarez, pero ésta sería suplida por los dos votos de Podemos, de modo que no cabe esperar un sacrificio político tan inútil. Pero ¿y si? Si Valle diera un paso atrás en compañía de los otros dos, la moción decaería.

¿Podría Valle unirse a Franco y Álvarez para partir en dos el Grupo de Cs? Es el último supuesto al que se aferra Fernando López Miras, aunque de sus declaraciones se desprenda que ha tirado la toalla. Pero la esperanza es lo último que se pierde. Sin embargo, ¿quién le pone el cascabel al gato? Ningún enviado del PP le va a proponer a Valle un tamayazo, pues es lo último que le faltaba a la imagen de ese partido en el caso de ser rechazado. Al menos no lo harán de manera directa. ¿Harán ese trabajo los dos diputados disidentes de la ‘línea Martínez Vidal’? Difícil, de momento. Las relaciones personales entre Franco y Valle son frías, aunque menos que las de Valle y Martínez Vidal. Nadie se va a atrever a sondearla; la única posibilidad es que ella pudiera emitir un guiño de complicidad que permitiera el acercamiento. La base de esa posibilidad reside en los reparos básicos que puso inicialmente a la firma de la moción. En esas pocas palabras que dijo ante Cuadrado está la luz que todavía anima a López Miras en su agonía.

Pero ¿que obtendría Valle si se asociara a Franco y Álvarez en un voto negativo? Lo que quisiera. El PP está en una situación en la que por un beso de la flaca, como Pau Donés, daría lo que fuera. Si apareciera un tercer posible disidente en Cs, López Miras podría seguir al timón con Franco de vicepresidenta y Álvarez y Valle en sendas consejerías, por supuesto cargadas de competencias y presupuestos. Supondría un zasca político como pocas veces se ha visto. O ninguna. De momento, más bien parece un sueño, pero el hecho mismo de la existencia de ese sueño advierte de que desde aquí al día de la votación hay un camino poco seguro. No todo está atado y bien atado.

Naturalmente, si preguntáramos a Franco o a Álvarez qué votarán en el momento correspondiente dirán lo que vienen diciendo, es decir, que lo que han firmado, lo mismo que haría Valle Miguélez. Pero no es tan fácil, ya que cuesta creer que faciliten gratis la investidura a Martínez Vidal cuando a cambio pueden obtener de ella tanto como les ofrecería López Miras, o casi. Hasta hace cinco minutos, Vidal y Franco se estaban echando un pulso por el simbolismo de la vicepresidencia, y ahora que la coordinadora regional va a ser presidenta ¿se va a producir la resignación de Franco al simple escaño? Pocos lo creen, y menos López Miras, pero éste necesita a Valle como el comer, pues sin esa pieza no habrá resurgimiento. En cuanto a Martínez Vidal podría darse el caso de que para asegurarse la investidura tuviera que garantizar tres de las cuatro carteras de su cuota en el Gobierno a sus adversarios internos.

Todos los ojos están puestos en Valle, quien por lo demás, políticamente es una incógnita. En el Grupo de Cs tiene bajo su paraguas a Alberto Castillo, quien probablemente la seguiría donde fuera, siempre que no arriesgara la presidencia de la Asamblea, y en su corta carrera política ha tenido ascensos y descensos que ha aceptado sin rechistar. Pero ahora ha rechistado. Un poco. Suficiente para que López Miras la mire. De reojo, todavía, claro.

La última esperanza del PP está puesta en el milagro de la diputada Miguélez, que de no producirse abocará al definitivo valle, éste de lágrimas. Quedan días.