No se trata del primer buque que ha perdido la Armada española a lo largo de su historia, ni siquiera el primer submarino, pero su historia es ampliamente recordada entre los profesionales del mar. El submarino C-4 desaparecía en aguas de las Islas Baleares el 27 de junio de 1946 en el transcurso de unas maniobras. En tiempos de paz, superada la Guerra Civil, en la que otros sumergibles, cinco en total, habían sido hundidos entre 1936 y 1939. La historia del C-4 es trágica porque desapareció sin dejar rastro, apenas la pata de una silla de la sala de oficiales del sumergible, y por producirse al chocar contra un destructor de la propia Armada española durante las maniobras. Ahora, el submarino también será recordado por el mal fario.

Y es que el alférez del navío submarinista Diego Quevedo ha localizado un vídeo ´olvidado´ en los archivos del NO-DO que recuerda la visita que el general Francisco Franco hizo a Cartagena en 1946, apenas 50 días antes del hundimiento, para homenajear a las víctimas del ´Castillo de Olite´. El caudillo, que apenas visitaba la ciudad -debido a su ideología contraria al régimen-, acudió y estuvo en el sumergible. Se fotografió en él y saludó a todos los mandos y personal de a bordo. Nadie podía imaginar el trágico destino de la nave.

El propio Quevedo ofrecía esta semana una conferencia en el Museo Naval recordando la visita y ofreciendo en ´exclusiva´ el vídeo, que también se puede ver a través de la web de LA OPINIÓN. El alférez de navío reconoció que tan sólo había ´buceado´ en los archivos digitalizados del NO-DO, al recordar que el caudillo estuvo en la ciudad y sospechar que visitó el sumergible, del que Quevedo es un experto. No se equivocaba y los asistentes a la charla pudieron comprobarlo de primera mano. También personal de la Armada al día siguiente en Capitanía, sede del Cuartel de la Fuerza de Acción Marítima, donde se repitió la conferencia para facilitar el acceso a los militares.

La relación entre la nave y Cartagena viene dada por ser la ciudad portuaria la base del sumergible y ciudad de la mayoría de miembros de su dotación, aunque había marinos de Barcelona, Valencia, Madrid o Bilbao, entre otros. No obstante, como el propio Quevedo reconoce, la gran mayoría eran cartageneros de nacimiento o de adopción. Muestra de ello son los numerosos descendientes de los fallecidos que aún permanecen en la ciudad, con los que aún mantiene contacto. «Se trata de un agradecimiento a la ciudad, creo, ya que cuando ocurrió la tragedia toda Cartagena se volcó en solidaridad con las viudas de los marinos y sus familias», cuenta el alférez de navío, quien recuerda que incluso Seguros Ocaso dio a las viudas el dinero de los funerales, ya que no se llegaron a realizar al no recuperarse los cuerpos.

Sobre las causas que provocaron el accidente se han escrito muchas teorías, aunque ninguna puede decirse como completamente veraz. Incluso se ha hablado de secretismo en torno a la tragedia, ya que nunca se fue a la zona del hundimiento para fotografiar el pecio o tratar de localizar los cuerpos o pertenencias de los marinos. No obstante, para Quevedo la explicación podría estar en la época y en los medios de detección. «Debemos entender que se trataba de un submarino de los años 20 -había sido construido en Cartagena, como toda la clase ´C´-, que había pasado la Guerra Civil y que contaba con más de dos décadas a sus espaldas. Los medios de la época eran muy precarios y pudieron afectar», sostiene, aunque reconoce que la hipótesis más difundida se centra en el error humano. Aún así, lamenta que «la verdadera causa del hundimiento quedó bajo el mar». De hecho, en la época todo apuntaba a que el comandante del C-4, tras mirar por el periscopio, debió creer que los destructores navegaban de forma escalonada y se dispuso a emerger entre ellos, con la poca fortuna de que al hacerlo, lo hizo sobre la derrota del Lepanto.

Fueron seis los buques que participaron en aquellas maniobras: los destructores Alcalá Galiano, Churruca y Lepanto, junto a la flotilla de submarinos compuesta por el C-2, C-4 y el General Sanjurjo. Fue a unas trece millas del puerto de Sóller donde se desencadenó la tragedia.

Destructores y submarinos se encontraron a las 11.43 horas. El C-2 fue el primero en atacar y a las 13.11 horas hizo superficie, dirigiéndose al puerto de Sóller, esperando ver salir a flote poco después al C-4 y al General Sanjurjo. Pero a las 13.55 horas el Lepanto, último buque de la formación en línea de tres, contempló atónito cómo soplaba lastres y emergía justo a su amura de babor, y a tan escasos metros de él que le fue imposible reaccionar, el C-4.

El destructor impactó con su roda justo en la zona comprendida entre el cañón y la proa de la torreta. Teniendo en cuenta que la velocidad del destructor era de 14 nudos y que el submarino le mostró el través, más que producirle una brecha, lo debió casi partir en dos. El submarino se fue al fondo y se posó sobre el lecho marino a unos trescientos metros de profundidad.

En el submarino perecieron 44 marinos que no dejaron rastro y quedaron para siempre en el panteón naval sumergido del C-4.