Las decenas de clientes que todas las mañanas acuden a desayunar a la cafetería San Remo, en la esquina de la calle Medieras con Escorial, se quedaron ayer con un palmo de narices al encontrase el establecimiento cerrado y luciendo en la reja el llamativo precinto fosforescente de la Policía Local. Ni se trataba de un problema sanitario, ni el inmueble se encontraba en malas condiciones. La causa de la clausura del local fue algo tan aparentemente trivial y fácil de solucionar como el ruido procedente de un compresor de aire acondicionado que molestaba a una vecina de un edificio próximo.

Aunque el precinto del bar, abierto hace más de treinta años, se levantó a primera hora de la tarde de ayer, lo cierto es que a gran parte de los clientes que se acercaron al local a preguntar a Isidro, el encargado, el motivo del cierre les pareció un tanto desproporcionada la medida cautelar.

Desde que se hizo cargo del castizo establecimiento el pasado diciembre, Isidro estuvo trabajando sin problema alguno todos los días tratando de hacerse un hueco entre la durísima competencia del sector de la hostelería. Pero los problemas empezaron en junio, con la subida de las temperaturas. Fue entonces cuando comenzó a conectar el aparato de aire acondicionado, una vieja máquina que aún da de sí, pero cuyo nivel de decibelios se hizo insoportable para una de las vecinas del edificio anexo.

La afectada denunció la situación ante el Ayuntamiento, que sin demora alguna -al contrario de lo que suele ser habitual en este tipo de casos-, envió a sus servicios técnicos a medir los niveles de sonido del compresor, ubicado en el balcón del primer piso de un antiguo restaurante de la calle Escorial, junto al San Remo. «En principio los niveles de ruido si dieron un poco por encima de lo normal porque es un aparato viejo, por lo que avisé para que vinieran a revisarlo», relata Isidro. Tras la reparación, los técnicos municipales volvieron a medir y, en esta ocasión, todo estaba dentro de los límites. Pero la cosa no quedó ahí. El encargado del establecimiento volvió a recibir una notificación avisándole de que tenía que desmontar el aparato porque no cumplía con las prescripciones legales sobre ruidos.

Mientras tanto, aprovechaba por las mañanas para intentar ventilar el local abriendo puertas y ventanas, «pero en cuanto entraba gente, el calor era insoportable, pese a lo cual tan sólo conectaba el aparato unos minutos para mover el aire», explica.

Tras el correspondiente papeleo y recursos varios, todos desestimados, Isidro se encontró el jueves con una orden de precinto pese a que ya había llamado a un servicio técnico para que desmontase la instalación ese mismo día. «Le pedí a los agentes que esperaran un poco, que ese mismo día iba a quedar todo solucionado y lo consultaron, pero finalmente les dijeron que siguiesen adelante con el precinto», señala Isidro. Las siguientes 24 horas, si no angustiosas, sí hicieron temer lo peor al empresario. Tal y como está la cosa, perder un día de negocio, y más en un establecimiento hostelero, no es agradable. Tuvo que acudir al Ayuntamiento para explicar que el equipo ya estaba desmontado para que le autorizaran a abrir de nuevo. Afortunadamente, se dieron la misma prisa en dejarle abrir de nuevo que en precintarlo.