La pirámide de la población se parece cada vez más a la imagen de sí misma deformada por un cruel espejo en un desolador túnel de la risa. Y es que la tradicional pirámide, con una amplia base de gente joven, sobre la que se van alzando capas cada vez más exiguas en número que corresponden a los segmentos de población en la edad adulta y que se adelgaza definitivamente en los picos de la tercera edad, se está convirtiendo en una especie de venus paleolítica de la fertilidad, con una base menguante, una cintura y un pecho sobredimensionados y una cabeza cada vez más sólida.

O lo que, dejando a un lado las metáforas piramidales y venusinas, significa que nuestra especie, con algo menos de 8.000 millones de representantes viviendo simultáneamente sobre este sufrido planeta, se hace mayor, especialmente en los países desarrollados. Lo cual parecerá una buena noticia (para los pesimistas malthusianos), pero sin duda es un factor que empeora la calidad de vida actual y también las perspectivas futuras de nuestras sociedades.

Una población envejecida supone una sociedad más insatisfecha, más gruñona y más pesimista. Yo, que me encuentro en el inexorable camino de la vejez, a punto ya de cumplir los sesenta, lo noto cada día. Hoy mismo leía un artículo sobre el deprimente asunto de la restricción calórica, o sea, que cuanto menos comes, según se ha demostrado en múltiples estudios con ratones y monos, más se alarga tu vida. Hasta nueve años se calcula que puedes aumentar tu esperanza de vida si te flagelas desde pequeño y con constancia encomiable a base de una dieta baja en calorías. Pues bien, otra cosa que han demostrado estos estudios es que, cuando te haces mayor, comes menos de forma espontánea, un dato que se intuía pero que no se había demostrado palpablemente hasta el momento.

O sea, no solo practicas menos el metesaca (la expresión ´hacer el amor´ siempre me ha parecido una cursilería del catorce), duermes menos y duermes peor, meas y cagas mucho más esporádicamente (los griegos hablaban de tres grandes placeres: el sexo, comer y ciscar), sino que encima también disminuye tu ingesta, con la merma de disfrute que ello conlleva.

Dicho esto, no es de extrañar que se te agrie el carácter cuando te haces mayor. Como además, nuestros hijos tienen cada menos hijos, los placeres inherentes a la senectud, como el disfrute de los nietos, se van haciendo cada vez más exiguos e improbables. Menos mal que aún nos queda la esperanza de que, con la edad, se acerque cada vez más la posibilidad de llegar al estado de funcionarios, esto es, dejar de trabajar y cobrar del Estado, aunque en nuestro caso el Estado en realidad lo único que hace es devolvernos parte de lo que nos robado previamente, bajo pena de no poder trabajar, y quedándose por supuesto con una parte sustancial de lo sustraído de nuestro bolsillo entre que te lo quito ahora para dártelo después, si sobrevives en el intento.

Nuestro país en concreto se parece cada vez más a la ciudad de Tampa, en Florida, tradicional refugio de judíos neoyorkinos jubilados. Como me decía precisamente un judío neoyorkino jubilado (pero que en su caso disfrutaba del retiro en el divertido Miami) la edad media en Tampa es€ muerto.

Así que, ¡ojo al dato! Lo que está reviviendo el nacionalismo excluyente, la xenofobia degradante y el racismo más rampante, es que en las sociedades ricas nos hacemos mayores. Los bebés duermen a pierna suelta y los niños juegan entre bombardeo y bombardeo en las ciudades mártires como Aleppo. Los militares saben desde hace tiempo que los mejores soldados son los jóvenes, por su desprecio ignorante y feliz hacia la muerte. Los mayores somos una lacra para la sociedad porque nos volvemos mezquinos, egoístas y timoratos. Perdemos completamente la joie de vivre. Nos mereceríamos morir mucho antes, y así de paso permitir que la estructura poblacional recupere su natural y esperanzadora forma de pirámide.