¿Sabes cuántas universidades hay en Londres?», me preguntó el miércoles un profesor de la UPCT, durante el vino que se sirvió después del acto oficial de apertura del curso universitario. «Francamente, no tengo ni idea», le contesté. «Ochenta. Y muchas de ellas están en el listado de las más prestigiosas del mundo. He dado clases allí y aquello es extraordinario, existe otro nivel del que, por desgracia, estamos alejados», me dijo con cierto grado de envidia el científico con el que hablaba. «Ochenta universidades -pensé yo- con sus correspondientes ochenta rectores». «Confío en que no todos quieran hablar el día de la inauguración, si es que la hacen conjuntamente», me dije a mí mismo. En la Región tenemos solo tres rectores (dos de los centros públicos y una de la privada) y ya ven cómo está el panorama universitario.

Precisamente, un conflicto se llevó los titulares del acto de inauguración del curso universitario de este año. Como ya ocupó su espacio, y creo que aún llenará algunas páginas más a lo largo de las próximas semanas, quiero centrarme hoy en otra serie de ideas relevantes que se pusieron de manifiesto durante el exageradamente largo acto protocolario (en este punto, uno de los invitados, experto en lides parecidas y que se ha batido el cobre en situaciones duras, llegó a soltarme a bocajarro: «Es una falta de respeto para todos los que estábamos dentro. No se puede organizar algo que dure más de tres horas». Realmente estaba enfadado y, aunque recogí otras muchas opiniones contrarias a la excesiva duración de la ceremonia inaugural, ninguna fue tan severa).

La Universidad como motor de desarrollo económico de nuestra Región, como parte fundamental del PIB de la Comunidad Autónoma, como soporte básico del futuro de todos los que habitamos esta tierra. Estas fueron las otras ideas que planearon sobre los discursos de ambos rectores, Alejandro Díaz Morcillo, de la UPCT, y José Orihuela, de la UMU. Pero para que los objetivos de ambas universidades no se tuerzan hay una máxima incuestionable: Inversión. Sin dinero -público y privado, aunque más del primero- no hay investigación, no hay estabilidad, no hay proyectos. La educación marcará la evolución de la sociedad murciana y, si no somos capaces de anteponerla a otras realidades más vistosas pero menos efectivas, estaremos retrocediendo y lo pagarán las futuras generaciones.

Mención aparte merece la responsable de la lección inaugural, la doctora María Dolores de Miguel Gómez, quien, además de ilustrarnos acerca de la evolución y de la influencia de las nuevas tecnologías en la docencia -al leer las diapositivas que proyectó con las fechas en las que se han ido incorporando a nuestra vida determinados avances tecnológicos me di cuenta de la revolución que internet ha supuesto en muy poco tiempo- presumió, no sin razón, del proyecto Acadia de la Politécnica que impulsa la formación de alumnos en las universidades keniata de Chuka y ugandesa de Gulu y logra grandes resultados en las sociedades de ambos países africanos. Tal vez Londres pueda alardear de su nivel académico, pero los investigadores de la UPCT, con proyectos como este, pueden vanagloriarse de que están en el camino que la sociedad murciana espera de ellos.