El otro día iba conmigo de copiloto Juana Sánchez, una de esas compañeras de curro que si jugara en el Bayern de Münich lo hubiera hecho toda su carrera de líbero con gol y ordenando la defensa, se hubiera convertido en entrenadora y su futuro sería, sin duda, presidir el club hasta que ella quisiera€ íbamos, decía, con prisa, como siempre. Sin embargo, por Gran Vía nos tocó delante el Bus Turístico de Murcia, y yo, embriagado por un poder murcianísimo sobrenatural, observando a una pareja de guiris en primera fila y a una rubia solitaria con unos cascos modernens en los últimos asientos, me quedé detrás, a su velocidad, durante unos minutos, como embobado en su estela a ritmo de cansera. Juana lo notó, porque lo nota todo, como Tini, pero después de una semana de aúpa, me dejó clisao un ratico al volante, dejándonos ir como rémoras de una gran ballena roja descapotada.

Mi mente se fue a todas esas ciudades en las que he visto buses turísticos, he tenido el impulso de montarme para hacer un tour rápido, aunque sea para centrarme con el mapica de turno, y al final no he montado. Londres, Roma, Madrid, París, Barcelona, San Francisco, Nueva York€ allí fue donde hasta hicimos cola. Pero un neoyorquino pesado siguió convenciéndonos de subir incluso después de haberle dicho que sí, y entonces nos fuimos, que lo vimos raro. Y este mismo verano en Palermo, donde los buses turísticos iban hasta los topes, porque la parada de los cruceros es corta y es una buena forma de conocer la ciudad sin perderse por callejones con coches abandonados y ropa tendida. Pero tampoco subimos. El bus sirvió para que nos atreviéramos a adentrarnos a pie, y disfrutar el callejeo, y menudo gelato nos zampamos...

En su estela me quedé con todos esos recuerdos amontonados, pero con una enorme sensación de alivio. Como si Murcia hubiera entrado en una liga mundial en la que hay que estar, aunque sea para que los que llegan de fuera lo vean dando vueltecicas y sientan el impulso de subirse, aunque no se suban. Incluso que se interesen por el folletico y la ruta que hace, que si hay algo que ver será por donde pase el Bus Turístico, pijo, claro que sí. No iba arriba, como todas las otras veces que no subí, pero sentirlo en mi casa, y la mezcla de haber vivido aquella sensación con mochila y mapa en mano pasando junto al Río Segura me dejó un rato obnubilado, como si fuera la rubia que iba en el último asiento, metida en su música y sus pensamientos al ver el Puente de los Peligros y la torre de la Catedral asomando por detrás de la balconada del Palacio Episcopal, y lo vi como nunca lo había mirado.

En un semáforo, Juana, con su eterno buen humor, me despertó. Nuestras direcciones se separaban y yo sonreí y volví a la conversación. Contento por tener en casa un bus rojo con dibujos de Murcia que te lleva por los lugares emblemáticos de la ciudad. Vayas subido en él, o no. Vale.