No sé si será una equivocada apreciación personal, pero tengo la sensación de que en los últimos tiempos ha crecido el interés general por la figura insigne de Francisco Salzillo. Siempre hubo estudiosos de la escultura, del arte, del barroco en concreto, claro que sí; más en una ciudad como Murcia con su universidad multidisciplinar, pero observo un crecimiento en la sociedad y su madurez por el tema. Y lo que está ocurriendo en muy bueno para el orgullo de esta tierra en la que vio la luz el maestro de la imaginería, muy estudiado en las licenciaturas y por especialistas, admirado en la calle con fervor y pasión.

Existen movimientos culturales y sociales a favor del estudio y reafirmación de algunos conceptos artísticos; y esto es lo que creo que está ocurriendo con Salzillo, a causa también, y hay que reconocerlo, por el empeño de algunos historiadores, escritores y artistas más o menos oficiales o de actuaciones por libre y cuenta propia. El caso del pintor Zacarías Cerezo es muy notable porque viene pormenorizando, desde hace tiempo, las raíces italianas de nuestro escultor. Ha viajado a los pueblos de origen familiar en numerosas ocasiones y sus crónicas han llegado hasta nosotros con verdadero deleite para quienes sentimos el interés y la curiosidad de sus hallazgos.

Salzillo, que nació y murió en Murcia, sin visitar el país de su procedencia paterna durante su larga vida, viene así a hacerse cercano al conocer de él sus raíces, recopilando nuevos datos y afirmaciones que explican aún más su inmensa importancia. Y estas iniciativas son muy de agradecer. El escritor murciano Antonio Martínez Cerezo, residente en Santander, también ha aportado y dado síntomas de un interés especial por Salzillo y su obra.

En los últimos años se ha aumentado notablemente la difusión de la obra salzillesca; ha crecido su bibliografía y los documentalistas profesionales en la fotografía y el audiovisual se han mostrado muy fértiles a la hora de las imágenes fijas o en movimiento que provoca el estudio del artista más importante que ha dado Murcia en su historia. Estamos, pues, de enhorabuena con esta tendencia en valorar nuestro mejor patrimonio de forma muy generalizada. Se ha mirado más y mejor la belleza del imaginero, se ha engrandecido su magnitud de forma elocuente; se han abierto las puertas del Museo que siempre pecó de coto cerrado y se ha priorizado el interés de dar a conocer su figura en el mundo. En esto estamos en el buen camino, sin duda.