El 3 de mayo, con su esplendor y vida nueva, abre las compuertas de los corazones abanilleros para dar razón a su devoción por su patrona la Santísima y Vera Cruz, como señal de identidad y entrega a la reliquia tan amada en Abanilla. Un pueblo con prosapia enraizado en sus sentimientos profundos hacia el leño de la redención. Y lo es así porque desde el siglo XIV se detecta en la villa este culto a la cruz como signo vencedor en respuesta del pueblo al encuentro, junto a la acequia de Mahoya, de unas astillas de madera en forma de cruz, ello según la tradición oral. Se instituye de esta guisa la Hermandad de la Santa Cruz que va conformando, a lo largo de los siglos, un testimonio del culto de latría al signo de nuestra fe poniendo énfasis en sus fiestas Coincide sus fechas con el día de la Invención de la Cruz, evento sublime del cristiano, fecunda dimensión de su ser que enciende el fervor de la población en un haz de expresiones en torno al madero renovador.

Abanilla, como otros pueblos, inicia en este instante sus fiestas, marcadas por una participación densa que hace latir los sentimientos de su gente, desde la aldea más entrañable a los habitantes de la ciudad, convidando al forastero a vivir esos momentos que se unen, a su vez, con el festejo del 14 de septiembre. Se trata de honrar a la Santísima y Vera Cruz, y la villa lo hace a la perfección. Ello queda patente en la serie de actos que conforma sus fiestas, con la romería de la reliquia desde la iglesia de San José a la ermita de Mahoya, como la presencia de una soldadesca integradora y efusiva que se adhiere a aquella, sin deslucir la categoría que adquiere la presencia de los bandos moro y cristiano en el pergeño de una representación festiva que marca el acorde ilustrativo de lo que la vetusta Fabaniella representa en la Baja y Alta Edad Media.

Abanilla, municipio del sudeste regional, no se concibe sin este aporte de calidad festiva que impregna el comienzo del mes de las flores, donde el geranio y la rosa fecundan de olores las calles y plazas recoletas y se vierte sobre la reliquia de la Cruz tan querida, buscada y sita en cada corazón de sus habitantes. Conforman sus festejos, como se ha dicho, la romería, que al alba del 3 de mayo agrupa en torno a su templo a una población convertida en una unidad de afectos, transportada por la energía que exhala la luz mañanera cubierta por la bruma del humo de las salvas que los arcabuceros hacen estallar en el ambiente, mientras los dos pajes van señalando el camino a sus capitanes. Figuras barrocas muy a la usanza del siglo XVII, que imprimen carácter a la romería salpicada de rezos y promesas, de color y ritmo que se esparce y provoca goce a la mirada. Se da en ello un contagio de espiritualidad y regocijo empapado a su vez con la presencia militar que rubrica viejos sones de una milicia concejil, que al son del tambor acudía a enfrentarse al enemigo de la Corona, lo que se une a la presencia de los bandos de moros y cristianos que reflejan el sabor morisco y cristiano del concejo.

Pero es que no se comprende la romería tan significativa sin sus espacios esenciales, como son el baño de la Cruz, la apertura de la granada y el rodaje de la bandera. Actos que realzan su significado una vez que la reliquia llega a la ermita amada, pues es cuando se celebra el baño de la misma y se asperge como una bendición a los campos y sanación de enfermedad de los asistentes que intentan mojarse del agua milagrosa, aspecto que se agranda con la apertura de la granada simbólica, desde cuya morada se elevan diversidad de palomas blancas que se unen a la reviviscencia de las salvas que los arcabuceros disparan, como si un aura divina depositara su alegoría en la plaza de Mahoya, en cuya ermita queda cobijada la patrona de la villa.

Y aún se remata el acto con el rodaje de la bandera, en que el capitán, rodilla en tierra y con una mano en la bandera, la hace girar en sucesivos lances, de tanta efervescencia y movilidad que hace latir la prosapia de una pasión sostenida en los pilares de la fe y la solemnidad de la voz de la milicia que se convoca en la plaza de esta sagrada tierra. Todo ello mientras propios y foráneos viven horas de revelación rubricadas por el sentido de estas fiestas de Abanilla al inicio del mes florido: su gran devoción hacia la Santísima y Vera Cruz.