Es consciente de que tiene que «leer más y ser más constante» a la hora de escribir, aunque Clara Plath (Murcia, 1976) no puede evitar ser «muy anárquica» a la hora de crear sus poemas, que nacen «por rachas, según el estado de ánimo» y gracias a los que, poco a poco, descubre su mundo interior y se va reconociendo un poco más a sí misma. A veces cuenta que le gusta lo que ve y otras, no tanto: «Descubro cosas que dan incluso un poco de miedo, pero siempre intento sublimarlo todo», explica esta autora que no entiende la poesía sin implicarse plenamente, que ha vencido la vergüenza y que se muestra desnuda al mundo, «sin escudo», en su primer poemario, En agua de cerezas.

«Me implico mucho a la hora de escribir y la verdad es que me da más pudor que la gente lea el libro que pasearme en bikini», comenta riendo Clara Plath, quien reconoce que algunos de sus poemas «son un poco catastrofistas», aunque ella se considera, por el contrario, una persona optimista, de las que viven «pesadillas que luego dan pie a salir adelante hacia algo mejor».

Y asegura asimismo que la inspiración a veces simplemente está «en cosas normales, pero vistas de una forma diferente: puedes ver una taza con una cuchara dentro o una cuchara abrazada por una taza...»; «un juego» que le hace «retomar la parte más niña» de sí misma e ilusionarse con lo que hace.

Lleva mucho tiempo enfrentándose al papel en blanco, aunque la mayoría de los 46 poemas de En agua de cerezas son de los dos últimos años; una etapa en la que empezó a rondarle la idea de publicar un libro que ahora se ha hecho realidad gracias a la ayuda de mucha gente –su familia y el escritor José Cantabella, que le dio «el empujón final»– y a su propio esfuerzo, ya que, «como la mayoría de los autores jóvenes», se ha autoeditado su poemario. «Quería algo que fuera muy mío y era lo más cómodo, juntar unos ahorros e invertirlos un poco como a fondo perdido, aunque de los 200 ejemplares que se editaron ya se han vendido la mitad», dice.

Hace poco que Clara Plath leyó por primera vez sus poemas en público –en el Museo Gaya– y tiene la sensación de que le salió «bastante regular». «No me gusta nada leerlos, parezco una ametralladora», lamenta, aunque confía en ir cogiendo práctica y en mejorar en los dos próximos encuentros que tiene con el público: un recital en el Café Zalacaín de Murcia el próximo mes y «un experimento» que mostrará en La Azotea el 11 de mayo. En este último caso, estará arropada por «un músico que se ha inspirado en los poemas para crear melodías con guitarra y piano, así que será un recital multisensorial» en el que los poemas sonarán «casi cantados», donde también habrá proyecciones y con el que espera «hacer la poesía más atractiva para atrapar y llegar a más gente».