Aún falta un año para que el arte contemporáneo transforme Murcia con la bienal Manifesta, pero ayer, la directora de la fundación, Hedwig Fijen, adelantó alguna de las claves de este proyecto. ¿Por qué es necesaria esta bienal? ¿Qué ofrece de diferente?

Esa es una pregunta que nos hacemos siempre, una pregunta crítica a la que siempre respondemos que Manifesta es diferente por el potencial que tiene para explorar zonas como, en este caso, la Región de Murcia, que ha sido elegida por ser una encrucijada de culturas. Manifesta es una bienal nómada, y busca integrarse en los lugares y crear diálogo.

Poco se ha adelantado hasta ahora de Manifesta, aunque sí que se tratarán temas como la inmigración, las fronteras y la necesidad de dialogar. ¿Es un deber del arte remover conciencias?

Bueno, no es seguro que se vaya a hablar de esos problemas. Nosotros creamos un marco, pero es posible que los comisarios quieran ofrecer algo diferente. No es necesario ser un catedrático para saber que, por ejemplo, el agua es un problema en Murcia, basta con leer el cartel de 'Agua para todos', aunque cada uno decidirá. Sí es seguro que se realizará una narración sobre la Región, que se contará su historia, en la que por ejemplo está presente el supercapitalismo a través de la construcción. Lo que es un hecho es que el arte contemporáneo cada vez se enfrenta más a los problemas de la sociedad, e intenta crear un espejo en el que el ciudadano se vea.

¿Aprenderemos algún día a dialogar con nuestro vecinos?

Espero que sí. La mezcla de culturas produce una explosión de gastronomía, costumbres, arqueología y arte maravillosa.

¿Cuál es el mayor peligro al que se enfrenta hoy en día el arte?

El de verse reducido. El de ser mal utilizado por los políticos, por ejemplo, y que se restrinja la libertad por la que tanto se ha luchado y que no se debería dejar escapar.

¿Se va acortando esa libertad?

Yo vengo de un país, Holanda, que fue el primero en diferenciar estado de religión, pero donde han ocurrido episodios muy duros como el asesinato del cineasta Theo Van Gogh y en el que ahora hay quien no se atreve a expresarse.

¿Hay culpables?

Esta falta de libertad no viene necesariamente de los políticos; también hay muchos artistas que se autocensuran.

¿Se autocensuraría usted con algún tema?

No, no creo en la autocensura ni en la censura. Incluso por muy extrema que sea una postura, el diálogo siempre es una solución mejor. Y ese interés por el diálogo y por la investigación de Manifesta es una de las razones que me ha traído aquí, al Cendeac.

¿Qué le ha enseñado el arte?

El arte me ha dado, de alguna manera, el estar aún viva, porque hay días que todo se ve con mucho pesimismo y para cambiarlo sólo hace falta ver una buena película o escuchar música. También el arte es para mí una fuente de inspiración... La verdad es que en otra vida me gustaría ser artista.

¿Envidia a los creadores?

No es envidia; o, en todo caso, es envidia sana de su creatividad, de su capacidad para transformar lo que ven en algo bello.

¿Tienen miedo de que el gran público no entienda Manifesta?

Claro, pero ese es también el desafío. Enfrentar a la audiencia que no tiene tradición de ver el arte contemporáneo y que se implique. Lo que hacemos además es usar espacios que están en la memoria cultural y local de las personas y muchas obras son encargos que se hacen para que el artista las trabaje con la comunidad local.

Aún faltan muchos meses, pero ¿se sabe ya qué espacios se utilizarán o qué artistas vendrán?

Estamos estudiando muchos espacios de Murcia y de Cartagena, aunque aún los tienen que ir definiendo los comisarios, porque depende mucho de lo que se quiera contar. Igual que ocurre con el número de artistas.

¿Qué le diría a quienes nunca han visitado una galería de arte contemporáneo y que, en 2010, se encontrarán con Manifesta?

Todo el mundo tendía que venir aunque sea sólo por ver la transformación de los espacios, pero les diría que vengan también porque es posible que puedan ver su historia reflejada en los ojos y las creaciones de los artistas.