Sí, yo confieso que he pecado, Padre Cavite, y que mi lado murciano me ha jugado una buena pasada. En estas fiestas murcianas, como en las de años anteriores, he cruzado el puerto de la Cadena y me he perdido por las bellas calles murcianas, con olor a azahar. Menudas panzás a comer me he metido, pero es que ¿quién no sucumbe ante tantos manjares? Sí, reconozco que he sido débil ante esos zarangollos con cebollica frita, esos michirones con tocino y choricico que se deshacían en la boca un poco picanticos, y que decirle de las patatas cocías con ajo huertano de los que el tufo te dura varios días y que le digo de los paparajotes con azúcar, canela y hojica de limonero, Ummmmm, de vicio...

¿Eh?, sí, por supuesto con mi montera huertana cubriéndome la calva por todas partes. No ha habido peña en la que no me las haya tomado con mis amigos murcianos y acompañado de mis amigos cartageneros. Nos lo hemos pasado bomba. Y entre una y otra corrida gastronómica por las barracas y los aperitivos en la plaza de las Flores y Santa Catalina, con rosquillas de ensaladilla y caballitos, pasteles de carne de Barba y Bonache y monas murcianas, la de cubatas sin alcohol que han caído, ¡chsss!, que había que volver a nuestra provincia cartagenera.

Murcianos y cartageneros nos vestimos el día del bando de la huerta y juntos nos pusimos ciegos de tós los productos de la huerta. Desfilamos como grupos incontrolados por el bando y nos lo pasamos genial. También confieso que nos hemos metido entre sardineros y bailando como unos mas, hemos desfilados a ritmo de charanga por las estrechas calles de la capital, cantando y pitando hasta quedarnos afónicos. Disfrutamos un montón con la batalla de flores y nos jartamos a reír en Pérez Casas.

Y sabe usted, Padre Cavite, allí no se hablaba de cartageneros ni murcianos, sino de cosas que nos hacían reír y nos invitaban a vivir la vida con alegría. No encontramos ni un solo rincón donde hiciesen diferencias lingüísticas entre ser de un lado o de otro, ni nos interesaba ni nos importaba de donde eran los que compartían con nosotros la alegría de vivir. Sé que ha estado mal y me considero responsable de haber incitado al pecado a mis amigos cartageneros, que se lo pasaron pipa, por eso hoy me confieso pecador de pensamiento, palabra, obra y omisión, bueno mejor digo «no omisión».

Ya sé que tendré que pagar una penitencia, pero en descargo de los malos cartageneros que me acompañaron y para los que he sido una mala influencia, quiero pagar yo por todos y que a ellos no se les condene con el fuego eterno de los dioses romanos. Así que asumo mis pecados, me arrepiento hasta el año que viene y acepto la penitencia que me quiera imponer€, que ya se que consistirá en pagar mas impuestos, desintoxicarme del murcianismo que tengo en un centro psicológico, no volver a cruz la Cadena o limpiar el Hondón€, aunque si usted quiere, Padre Cavite, podría ponerme la pena de escribir mas días en LA OPINIÓN para purgar mis pecados y los de los cartageneros para los que he sido estos días una mala influencia.

Y es que Padre, la tentación fue muy fuerte, mire usted, mis padres, toda mi familia son murcianos y por mi arterias corre murcianía y por mis venas cartagenera; medio cerebro lo tengo aquí y el otro allá, tras los puertos.

Clemencia pido en la condena y suavidad en la penitencia,que hasta Doña Sardina ha intercedido por todos los cartageneros que hemos pecado cruzando la frontera de la Cadena para irnos de picos pardos a Murcia. Mire Padre Cavite lo que ha dicho:

«Obama visita Cuba,

se abrazan sus presidentes.

¿No merecerá la pena

que al menos aquí se intente

entre Murcia y Cartagena?»

Pero lo gordo aún no se lo he dicho Padre, pero consciente de que en confesión hay que decirlo todo, pues así lo haré. Lo mas gordo es, primero, que nací en Murcia de padres murcianos, con hermanos, hija, nietos, sobrinos, primos y parte de mis amigos también murcianos y los quiero. Segundo, que también quiero a Cartagena con toda mi alma, siendo mi esposa y tres hijos cartageneros como el que más; mis amigos cartageneros son valiosos tesoros que tengo dentro de mi corazón. Y que, si bien confieso, no me arrepiento ni pido perdón por lo primero ni deseo que me den una medalla por lo segundo.

Sería todo un gesto, Padre Cavite, que las autoridades cartageneras, que se expresan con visceralidad hablando con desprecio de los murcianos en términos generales, lo hagan focalizando sus críticas a las autoridades o a quienes correspondan, en vez de hablar despreciativamente de los murcianos en toda la amplitud de la palabra. No le voy a pedir perdón, ni voy a doblar la cerviz, a nadie ni ante nadie, por pensar que mi ciudad natal es muy hermosa y sus gentes maravillosas, entre las que están mi propia familia paterna.

Pero tampoco quiero medallas por amar a Cartagena y entregarle la mitad de mi corazón y la mitad de mi vida, y la que me pueda quedar, así que Padre Cavite, ¡póngame la penitencia que quiera!, pero que paren ya de alentar y encender los ánimos de los cartageneros hacia los murcianos, con descalificaciones que, al leerlas o escucharlas, nos hacen mucho daño a los que tenemos familiares y amigos muy queridos en la ciudad hermana de Murcia. Los palos a quienes los merezcan, no a todos. Hacer un daño innecesario y gratuito, ofendiendo con frases hirientes, para sentirse un líder aclamado, es transmitir que no se es o que no sirve, aunque si lo sea y sí sirva.

Lo dicho, como Doña Sardina, ¿para cuando un abrazo entre los que mandan en Cartagena y Murcia?..., merece la pena. ¡Ay!, Padre Cavite, discúlpeme usted, no quiero ofenderle, pero el año que viene pruebe a pecar con nosotros y véngase a Murcia vestido de huertano que verá lo bello que es pecar€