Actualmente en nuestro país más de mil animales salvajes y exóticos viven en casa de aquellos mismos que traficaron con ellos. No hablo de pequeñas ranas o diminutos insectos, me refiero a grandes animales cuyos propietarios los mantienen en tristes jaulas, sin más futuro que comer cada día y esperar el ocaso de sus vidas.

Sin embargo, lo más grave es que no lo hacen en la clandestinidad. Son casos conocidos. Muchos, incluso, llegaron a ocupar la portada de multitud de medios que se hicieron eco de su intervención por parte de las autoridades. Sin embargo, pese a ello, la mayoría sigue en el mismo lugar en el que fueron encontrados. Es tan increíble cómo real.

De la misma forma que no se puede luchar contra el robo o el asesinato si al ladrón le dejas que disfrute de lo robado o al asesino le permites que siga disponiendo del arma criminal que usa, no se puede permitir que el que ha comprado un animal en el mercado negro lo siga teniendo porque las autoridades no tengan donde llevarlo.

Desde hace tiempo se sabe que el tráfico ilegal de especies está entre los tres negocios ilegales que más dinero mueven en el mundo. España, de hecho, es uno de sus principales motores. Es normal. Su situación geográfica lo convierte en un punto estratégico para el mismo. No hablo de oídas. Lo aprendí rescatando junto a la guardia civil a muchos de esos animales.

Lo que ni entendía entonces ni entiendo ahora, es cómo el gobierno de España, responsable y competente en esta materia, no ha hecho nunca nada por construir algún centro público que pudiera, al menos, acogerlos. Los pocos que existen son de ONG privadas. Es verdad que no son fáciles de llevar, lo sé por experiencia propia. Para gestionarlos has de olvidar palabras como festivos o vacaciones y aprender a vivir amenazado de muerte, sabiendo que tu teléfono puede sonar en cualquier momento. Sin embargo, qué quieren que les diga, creo que infinitamente peor es vivir sabiendo que todos esos traficantes siguen teniendo a su lado a los mismos animales con los traficaron en su día. Eso sí que no es vida.