Cuando algunas personas inician un viaje con su animal de compañía no se imaginan que el mismo pueda acabar siendo una pesadilla. El problema es que todos los países establecen requisitos sanitarios de entrada a su territorio y, aunque en realidad la mayoría de personas lo saben, muchos olvidan que tan importante es ir como volver.

Por eso, resulta bastante habitual ver a gente que, tras realizar un viaje con su perro o gato y regresar a nuestro país, justo en el momento en que va a atravesar la aduana española, son interceptados porque el animal no cumple los requisitos sanitarios, ya que no son los mismos los que se piden para salir que para entrar.

A partir de ahí, comienza el drama. Tres suelen ser las soluciones que nuestras autoridades ofrecen en esos casos:

Primera, que el animal pase una cuarentena en casa de sus dueños o en una clínica veterinaria. Es una opción que, en la práctica, a la administración no le gusta porque legalmente ese tipo de cuarentenas solo pueden cumplirse en centros especializados. Sin embargo, como siempre ocurre, en España apenas existen.

Segunda, que el animal no salga de la aduana y, tal cual llegue, se marche de vuelta en el siguiente barco o avión. En ese caso, este deberá permanecer todo el tiempo de espera en el interior del transportín en el que ha llegado sin contacto alguno con nadie. Imagínense lo que eso supone.

Tercera, que por algún motivo se decida depositar al animal en el PIF (Punto de Inspección Fronteriza) una especie de almacén o sala. En ese caso, las autoridades enviarán un escrito al colegio de veterinarios pidiéndole que designe un veterinario para el sacrificio del animal y los gastos del mismo serán abonados por los responsables del animal o por la consignataria. Así de cruel y duro.

¿Se dan cuenta ahora de lo importante que es planificar un viaje y contar con nuestro veterinario para cuantos tratamientos y pruebas sean necesarios? No lo olviden, de eso puede depender que nuestro viaje tenga un final feliz.