Hay cuestiones importantes para la protección animal que, aunque son fácilmente solucionables, nunca se resuelven. ¿Falta voluntad o, simplemente, nula sensibilidad?

La primera sería el registro informático de animales. Cuando en los noventa se puso en marcha la identificación de animales mediante chip, todos lo celebramos. Era la primera vez que existía una herramienta para frenar el abandono. Lo que no podíamos imaginarnos entonces es que cada comunidad tendría su propio registro con sus normas y sin unidad entre ellos. Eso les resta agilidad, eficacia y crea problemas en la localización de propietarios, sobre todo, si viven en localidades limítrofes entre comunidades, están de viaje por autonomías distintas a las que residen o, simplemente, se trasladan a vivir de una a otra y no lo comunican. Es así, España está llena de fronteras para los animales.

Otra sería la famosa declaración de abandono recogida en las leyes sobre protección animal. Según estas, transcurridos unos días desde que un animal es encontrado en la vía pública, si nadie lo reclama, pasa a ser considerado abandonado. Ese plazo que se da al dueño para recogerlo ha ido aumentando con el tiempo, pese a que si una persona pierde su perro o gato lo normal es que se movilice y no necesite decenas de días para recuperarlo. En la práctica, es una medida que paraliza posibles adopciones y alarga la estancia del animal en una jaula.

Una más: el IVA aplicado a servicios veterinarios. Se trata de una batalla interminable. El gobierno lleva años diciendo que va a bajarlo pero no lo hace, aplicando a los tratamientos y cuidados veterinarios el tipo de IVA más alto. Eso significa que para ellos el bienestar de nuestro perro o gato es un objeto de lujo, o lo que es lo mismo, que sienten una escasa o nula sensibilidad hacia éstos.

Y, para finalizar, las leyes sobre medicamentos que prohíben a los veterinarios facilitar medicamentos o recetar a los animales fármacos de humanos obligándoles a prescribir medicamentos veterinarios, de idéntico principio farmacológico, pero precio mucho más caro. Al respecto, dos cuestiones. La primera, que los veterinarios solo buscan proteger a los animales, no hacer la competencia a nadie. La segunda, que obligarles a recetar medicamentos exclusivos para animales no favorece necesariamente la salud de estos, en realidad, solo la encarece y enriquece a la industria farmacéutica.