Las labores de la UMU en materia de inclusión y apoyo a los colectivos más vulnerables quedarían a medio camino sin el esfuerzo, por supuesto, de la otra parte implicada. Personas capaces de convivir con una discapacidad hasta tal punto que esta no le impida lo que para todas ellas es el día a día, pero que a los ojos del resto puede parecer, quizás mal entendido, un auténtico acto de superación: cursar estudios universitarios. Dicen que un ejemplo es siempre la mejor manera de entender algo, y creo que pocas personas ejemplifican mejor esta superación que Sergio Romero.

A los cinco años se quedó sordo, y aún a día de hoy desconocen el motivo. Tras una infancia complicada en la que los sistemas de comunicación aún no estaban lo suficientemente desarrollados como para brindar a las personas con problemas de audición las alternativas adecuadas, comenzó en el instituto a aprender lengua de signos. Las etapas se sucedieron, y tras realizar selectividad, su intención era matricularse en el Grado de Ingeniería Informática, aunque por falta de orientación acabó optando por un Grado Superior en Desarrollo de Aplicaciones Informáticas.

El mercado laboral lo trató con suerte dispar. De trabajar fichando libros en el almacén de Diego Marín, algo alejado de sus conocimientos como informático, a desarrollar una página web para una empresa de bisutería. Tras idas y venidas, un hernia discal mientras cargaba cajas en el almacén de la librería murciana le acabó obligando a hacer uso de muletas. Se recuperó, pero a principios de 2015 las piernas le comenzaron a fallar, teniendo que utilizar una silla de ruedas para desplazarse. A finales de ese mismo año, un resfriado potente y persistente hizo necesario su ingreso en el hospital. No imaginaba ese 31 de diciembre que pasaría un año entero en la UCI. «Cuando recuperé la conciencia no veía prácticamente nada. No podía hablar ni moverme, y nadie sabía que estaba ciego, algo de lo que me acabé dando cuenta poco a poco».

Entre tanta niebla, un día la suerte se manifestó en forma de letra, concretamente en una mayúscula que una de las enfermeras le escribió en la frente, dando así con una forma de comunicación que Sergio comenzó a usar con aquellos que le rodeaban. «Fue como una iluminación», explica Sergio. Tras abandonar el hospital un año y tres meses después de haber ingresado, se afilió a la ONCE, solicitando sus servicios de mediación. Fue entonces cuando conoció a Cristina, quien le ayudaría a desarrollar SERCRI, un nuevo lenguaje de signos adaptado a su situación, en el que se marcan gestos y letras sobre el pecho, hombros y cara de Sergio.

Esta nueva forma de comunicarse le insufló la confianza necesaria para matricularse, ahora sí, en una carrera universitaria. Sus opciones eran Criminología y el Doble Grado en Periodismo e Información y Documentación, y acabó decantándose por esta última. Se encuentra en cuarto curso, y aunque siempre se ha encontrado con ciertas dificultades, las ha sabido superar, en parte también gracias a la ayuda del Servicio de Atención a la Diversidad y Voluntariado (ADyV), desde donde le ayudan con los apuntes y a ponerse en contacto con el profesorado. «Tarde o temprano esquivaré todas las barreras que se me presentan. Me cuesta más llegar a la meta, tardo más que el resto, que tienen un camino llano, pero lo hago», afirma Sergio.

Su sueño, además de poder ejercer como periodista, es el de crear una fundación privada independiente para ayudar a personas sordociegas, y aunque en la actualidad su complicada situación económica no se lo permite (no recibe la ayuda suficiente), sí que ha podido impulsar a través de las redes sociales ‘Esquivando barreras’, una plataforma con la que da a conocer su situación y ayuda a gente con discapacidad.

Sergio Romero declara «haber abierto los ojos» tras todo este proceso, «un camino torcido, traicionero, resbaladizo y espinoso» que él mismo, con la seguridad de quien no se rinde y la ayuda de la mediación comunicativa (personificada en Cristina y Ana Belén), se encarga de recorrer día a día.

Más que tacto

La vida y la comunicación, con la lengua de signos y la lectura labial, ya era bastante complicada siendo una persona sorda. En la UCI, cuando fui consciente de haber perdido la vista y la movilidad, entré en un mundo de silencio y oscuridad, en completa incomunicación. Perdí toda esperanza de tener una vida digna y de calidad, hasta el día que te conocí, Cristina. Yo no sabía qué era la mediación comunicativa, y ese día pude comprobar cómo iluminabas mi camino con tus manos, tu sensibilidad, empatía y amor; pequeños detalles que te distinguen como mediadora.

Recuerdo que la mediación nos dio la oportunidad de crear nuestro sistema de comunicación táctil, al que llamamos SERCRI. Los primeros meses fueron geniales, llenos de una creatividad e imaginación con la que hoy, después de cuatro años, seguimos trabajando. SERCRI me dio tanta confianza que me matriculé en la universidad, ¿recuerdas? A todo el mundo le pareció una locura, pero tú me apoyaste para que continuara adelante. Pero, ante todo, estoy muy agradecido porque me dieras la oportunidad de comunicarme con mi hija, el pilar más fuerte que me mantiene en pie. Podríamos decir que la mediación comunicativa es el pincel que da colorido, forma y sentido a mi vida.