Un grupo de astrónomos ha descubierto algo inusual que libera una explosión gigante de energía tres veces por hora, y es diferente a todo lo observado hasta hoy por los científicos. Emite misteriosas señales de radio desde los límites de la Vía Láctea, a 4.000 años luz de distancia de la Tierra.

Un estudio del Centro Internacional de Investigación en Radioastronomía (ICRAR), en Australia, ha permitido detectar misteriosas señales que nunca antes se habían identificado en nuestro vecindario cósmico: un objeto localizado a 4.000 años luz de la Tierra, en uno de los extremos de la Vía Láctea, emite señales de intensa carga energética que duran aproximadamente de 30 a 60 segundos, exactamente cada 18,18 minutos.

Las características del objeto y de sus emisiones no se corresponden con ningún otro fenómeno observado hasta el momento por los astrónomos. La hipótesis principal sostiene que se trataría de un magnetar evolucionado, una variedad de estrella de neutrones dotada de un campo magnético extremadamente fuerte que, al adquirir condiciones específicas, tendría la capacidad de emitir señales con la intensidad de las detectadas. 

Este tipo de magnetar ha sido mencionado como una de las posibles fuentes de las ráfagas de radio rápidas, señales de procedencia indefinida y súbita aparición que desconciertan a los investigadores. Otra posibilidad para explicar las misteriosas emisiones identificadas en el nuevo estudio, publicado recientemente en la revista Nature, es que provengan de una enana blanca altamente magnetizada: son remanentes estelares que se generan cuando las estrellas agotan el hidrógeno que las alimenta.

Súbitas e intensas emisiones

Según una nota de prensa, el objeto apareció y desapareció en unas pocas horas durante las observaciones realizadas. Este comportamiento lo ubica dentro de los denominados objetos o fenómenos transitorios: cualquier elemento en el espacio que cambie de forma inesperada y dramática en cuanto a su brillo se conoce como transitorio, incluyendo desde supernovas y agujeros negros hasta llamaradas estelares.

El descubrimiento fue posible gracias a datos del radiotelescopio de baja frecuencia Murchison Widefield Array, ubicado en Australia Occidental, que consiste en miles de antenas repartidas por todo el desierto. Según los datos recopilados entre enero y marzo de 2018, los astrónomos identificaron 71 pulsos desde el mismo lugar en el cielo.

El análisis de las señales ha permitido concluir que el objeto es más pequeño que el Sol y que las emisiones están altamente polarizadas, un dato que sugiere que su fuente posee un campo magnético de increíble fuerza. Dadas estas características, los astrónomos sostienen que lo más probable es que se trate de un magnetar, pero que ha evolucionado de una forma particular.

Un magnetar maduro y evolucionado

Los magnetares se originan a partir de los núcleos muertos colapsados de estrellas que alguna vez fueron masivas, hasta alrededor de 2,3 veces la masa del Sol. Toda esa energía ha quedado comprimida en una esfera de solo 20 kilómetros de ancho, explicando así las causas de sus monumentales emisiones energéticas.

De acuerdo a un artículo publicado en Science Alert, el objeto que emite las extrañas señales detectadas sería un magnetar evolucionado de período ultra largo, que ha logrado ralentizar su rotación significativamente con el paso del tiempo. Aunque se pensaba que eran imposibles de detectar, el descubrimiento de los astrónomos australianos podría llegar a confirmar su existencia, abriendo a la vez un nuevo y estimulante campo de investigación.

Aunque los magnetares se han sugerido como el origen de las misteriosas señales de radio de brillo extremo denominadas ráfagas de radio rápidas, el problema hasta el momento es que no coincidían con la localización de los magnetares jóvenes. Sin embargo, la identificación de magnetares evolucionados podría resolver el enigma, arrojando luz sobre una de los fenómenos que más ha sorprendido a los científicos en los últimos años.

Referencia

A radio transient with unusually slow periodic emission. N. Hurley-Walker, X. Zhang, A. Bahramian, S. J. McSweeney, T. N. O’Doherty, P. J. Hancock, J. S. Morgan, G. E. Anderson, G. H. Heald and T. J. Galvin. Nature (2022). DOI:https://doi.org/10.1038/s41586-021-04272-x