Personajes del Cortejo

Cristina Martín: “Cuando me pusieron el tocado me convertí en la reina de Saba”

La periodista encarnaba el pasado año al personaje legendario del Paso Blanco

La periodista Cristina Martín Muñoz recreaba a la reina de Saba el Jueves Santo, de la Semana Santa del pasado año.

La periodista Cristina Martín Muñoz recreaba a la reina de Saba el Jueves Santo, de la Semana Santa del pasado año. / JAVIER ALEDO

Un timbalero marca el ritmo a los 33 esclavos abisinios que arrastran la monumental carroza de inspiración egipcia de la reina de Saba, uno de los personajes legendarios del cortejo del Paso Blanco. Makeda, la reina de Saba, tuvo noticias de la fama de Salomón y acudió a ponerle a prueba con enigmas. Salomón se los resolvió todos. Ambos se unían por amor. De esta relación nacería Manelik I, fundador de Etiopía.

La reina de Saba cobra vida cada Semana Santa siendo encarnada por jóvenes como la periodista Cristina Martín Muñoz, que el pasado Jueves Santo se convertía en uno de los personajes más importantes del cortejo blanco. La pandemia llevaba a que tuviera que esperar más de lo previsto para poder vestirse con los ropajes de esta significativa mujer. “Iba a ser la reina de Saba en 2020, pero la suspensión de los desfiles lo impidió. Había perdido toda esperanza de reencarnarla, pero cuál fue mi sorpresa al recibir una llamada en la que se me anunciaba que sería la reina de Saba de la Semana Santa. Siempre estaré agradecida por la oportunidad que me dieron, por guardarme el puesto”, aseguraba la joven.

Ser la reina de Saba es “un sueño de todas las niñas y jóvenes del Paso Blanco, porque se trata de una de las figuras más importantes de su cortejo”. Tenía la opción de elegir el día en que se metería en el papel de Makeda y decidió que fuera el Jueves Santo. “El Viernes Santo es, sin duda, el día más importante, pero me decanté por el anterior, porque desde 2015 acompaño a la Santísima Virgen de la Amargura y no quería faltar a nuestro particular encuentro”, contaba.

La caracterización del personaje es todo un ritual que comenzaba esa jornada bien temprano. “Lo vives tú, pero también tu familia, amigos… El maquillaje que me hizo Lewis Amarante fue impresionante. No todos los días te maquilla uno de los mejores maquilladores del mundo. Ha trabajado con Max Factor, Dior… y ha hecho desfiles internaciones con Alexander McQueen, Gianfranco Ferré… Verlo trabajar es una locura, pero que además tú seas la protagonista, es un sueño hecho realidad”, recordaba.

El embajador español de la firma de cosméticos Max Factor era precisamente el encargado de ponerle el tocado. “Ese fue el momento más emotivo, cuando Lewis me ‘coronaba’, ahí me sentí verdaderamente la reina de Saba”. Para entonces, Cristina Martín ya conocía prácticamente todo sobre el personaje que encarnaba y que se incorporaba al cortejo blanco en su periodo embrionario de 1844 a 1868 y que cobraba mayor protagonismo con los bordados que se realizaban bajo la dirección de Emilio Felices entre 1944 y 1945. “Quería conocer más de ella, saberlo todo, por lo que me documenté ampliamente para meterme en el personaje y representarlo lo más fidedignamente posible”, recalcaba.

Se vistió en casa de la madre de su novio, Miriam Carrasco Asensio, pero allí también estaban amigas como la edil Rosa María Medina Mínguez y la diputada regional María del Carmen Ruiz Jódar. Y su madre, Pepi Muñoz. En la nave del Paso Blanco, en La Velica, también le acompañaba la edil María de las Huertas García, que integra el equipo de maquillaje de la cofradía. “La casa de Mirian está en la avenida. Era el lugar ideal, por la cercanía con el inicio del desfile. Lo vivimos todas con mucha ilusión. Todas blancas, menos mi suegra. Bueno, y mi novio que ese día vestía la túnica azul, como mayordomo de la Hermandad de Labradores”.

Es una de las anécdotas de la jornada. Su novio, el director del Instituto de Turismo de la Región de Murcia, Itrem, Juan Francisco Martínez Carrasco, vestido con la túnica azul de mayordomo acompañaba a la reina de Saba en el momento de situarse en su trono para desfilar por la carrera principal de la Semana Santa. “Se emocionó mucho y aunque es muy azul sé que le hizo mucha ilusión. Me dijo que, aunque le dolía decirlo, por lo azul que es, era la reina de Saba más preciosa. Qué otra cosa podía decir”, reía divertida.

Pero no todo fue alegría y gloria, porque ya montada en la carroza el cielo quiso jugarle una mala pasada. “Comenzaron a caer unas pequeñas gotas. Las suficientes para que de inmediato tuviera que abandonar el trono y me pusieran a resguardo. No me lo podía creer. Pensaba que no me podía estar pasando. Me puse a rezar para que la nube pasara lo antes posible y así fue. Paró y volví a ocupar el trono de la reina de Saba”, rememoraba.

Fue emocionante, destacaba, hasta el último minuto. “Apreté muy fuerte contra mi pecho por última vez la medalla de la Virgen de la Amargura que llevaba colgada de una cadena y entré en carrera”. En ese momento, la figura de su abuela Encarna le venía a la memoria. “Me emociono solo con nombrarla. Sé la ilusión que le hubiera hecho verme de reina de Saba. Seguro que desde ahí arriba donde sé que está se habrá sentido orgullosa y tan feliz como yo”.

Durante el recorrido recibía, admitía, los elogios de blancos y azules. “Me llegaban de un lado y de otro. Azules y blancos a los que quiero y sé que me tienen aprecio. Me sentí una reina de Saba querida”. Y entre los instantes que no olvidará está cuando toda la corte y los esclavos abisinios se dan la vuelta y le rinden pleitesía. “Desde los palcos es impresionante, pero mucho más desde lo más alto de la carroza. Es un momento único que protagoniza, como nadie, Blas Martínez. No representa al personaje, el personaje es él, en el más sentido literal de la palabra. Y el sonido del timbalero que marca el ritmo a los 33 esclavos que tiran de la carroza lo llena todo al paso. Es uno de los grupos más impresionantes del cortejo blanco, sin lugar a dudas”.

Compartía instantáneas con su novio, mayordomo azul, pero también con Julio César, encarnado por otro azul de pro, Luis González, presidente de Coros y Danzas Virgen de las Huertas. “En la salida estamos todos, blancos y azules, y se viven momentos únicos en los que nos entremezclamos, saludamos y hasta posamos para fotos que son un tanto peculiares, porque igual hay azules, blancos, morados…”. La llegada a la Plaza del Óvalo, presidida por el monumento al Procesionista, permitía a Cristina dejar desbordar su emoción. “Ahí ya no pude más y al cruzar la mirada con mi madre y con mi padre me derrumbé y las lágrimas comenzaron a resbalar por mis mejillas. Me abracé a ellos y me fui a ver a la Virgen de la Amargura. Quería darle las gracias por este regalo que me había hecho. A sus pies me hice fotos que guardo con mucho cariño de este día tan especial que no tengo dudas que Ella me brindó”, concluía.