El cuento de los martes

Beto en... ‘El cuento de hugo’

L.O.

Como todos nuestros lectores sabrán, la semana pasada fue el Día del Libro. Y aunque Beto se tomó un descanso y no apareció en esta página, lo cierto es que no dejó de vivir aventuras. Y en este caso, como no podía ser de otra manera, la aventura giró en torno al Día del Libro, en torno a las palabras. En concreto, giró en torno a Hugo y su afición por los libros y los tebeos. Y esa es la historia que vamos a contar hoy.

Pero antes de contarla, como sabemos que cada semana se nos suman nuevos lectores, les haremos saber que Hugo, miembro de la pandilla de Beto junto a María y Juanfra, siempre había tenido el mismo sueño desde que comenzó a leer con ayuda de su padre: quería escribir. Escribir lo que fuera: cuentos, novelas, cómics, series, películas... Pero escribir.

Así que, cuando, como cada año, se anunció que el colegio celebraría un certamen literario en el que podían participar todos los alumnos, Hugo no pudo evitar presentar su candidatura. En mitad de la clase, en contra de lo que era natural en él, que era bastante tímido y rara vez hablaba en clase si la maestra no le preguntaba directamente, alzó la mano y dijo: «¿Puedo presentarme yo, maestra?». «Claro que puedes, Hugo», contestó la maestra, y a nuestro protagonista se le iluminaron los ojos de la ilusión.

Aquella misma tarde, una vez acabó los deberes del día, comenzó a escribir el cuento que presentaría al certamen. Como siempre, las primeras palabras le salieron muy fácil. La idea la tenía clara, y todas sus ideas comenzaban siempre con una escena inicial, que fue la que aquella primera tarde escribió.

Al día siguiente, en el recreo, la leyó a Beto, María y Juanfra, que escucharon con atención, imaginando el desarrollo de la escena, y se quedaron boquiabiertos. Claro que ya sabían que Hugo tenía un don para contar historias, pero se notaba que esta vez la historia tenía un componente de ilusión que la hacía todavía mejor. Y se lo dijeron. «Esta vez te has superado, Hugo, amigo», dijo Beto. «Estoy deseando saber cómo sigue la historia. Me recuerda a la que te inventaste cuando construímos el fuerte, pero es incliso mejor», dijo María. «Ha sido impresionante», dijo Juanfra, parco en palabras como siempre.

Azuzado por los comentarios positivos de sus amigos, Hugo siguió escribiendo aquella tarde, y la siguiente, y la siguiente... Escribió cada tarde. No obstante, a medida que las tardes se sucedía y la historia avanzaba, se le iba haciendo más complicado continuar. Al principio, como contábamos, las palabras le habían salido fácil, pero ahora, días después y con la historia a punto de terminar, empezaba a dudar de todo. Cada vez que escribía una frase, pensaba: «¿Merece la pena lo que estoy escribiendo». Hasta que, llegado el fin de semana, de repente dejó de escribir. No se sentía con ganas y se había quedado sin ideas, como si la fuente imaginria de la que manaban sus ideas se hubiera secado por completo. No escribió ni el sábado ni el domingo, y el lunes se presentó en clase de mal humor. Algo que no pasó desapercibido a sus amigos, ya que el cambio había sido tan drástico y repentino que era difícil no darse cuenta. Fue María la que, mientras caminaban hacia el patio al toque de la sirena que anunciaba el recreo, le preguntó qué le pasaba. «Nada, solo que me he quedado sin ideas», dijo Hugo. Tras pensarlo unos segundos, María le pidió que volviera a leerles la historia. Hugo, a regañadientes, refunfuñando, sacó los folios de su mochila h comenzó a leer. Pero, cuando apenas había comenzado, se detuvo y, mirando a sus amigos, dijo: «¿Seguro que queréis que os la lea? Es muy mala». Sus amigos protestaron airadamente. «¡Solo es mala es tu cabeza!», gritó Juanfra para enorme sorpresa de Hugo. Juanfra jamás solía alzar la voz. «Vale, vale, sigo...», dijo Hugo cuando se repuso de la sorpresa.

Cuando Hugo terminó de leer, se hizo el silencio entre el grupo. «No les ha gustado», pensó Hugo, y sintió ganas de llorar. Evidentemente, se equivocaba. «¿Ya está?», dijo Beto, «¿no has escrito más?». «¡Pero si es buenísima!», dijo María, «esta tarde te me vuelves a sentar a escribir y la terminas. No nos puedes dejar así».

Y de esta manera, gracias a sus amigos, Hugo recuperó los ánimos, la fuente de las ideas que había en su mento volvieron a surgir ideas, y logró terminar el cuento a tiempo para presentarlo al certamen.

Y llegó el día de la presentación de los ganadores. Ante todos sus amigos, que se encontraban entre el público, Hugo subió al escenario y recogió el primer premio con una sonrisa de oreja a oreja. Y ante todos sus amigos, y ante todo el público que se congregaba en el auditorio del colegio, leyó su cuento ganador, y al llegar a la última palabra escuchó un aplauso atronador.