El cuento de los martes

Beto en... ‘La base. Última parte’

L.O.

Como recordarán nuestros lectores más atentos, la semana pasada dejamos a Beto y su grupo comenzando por fin la construcción de la base que habría de servirles como punto de encuentro en el que planear todos y cada uno de los muchos proyectos que tenían pensado llevar a cabo. Pues bien: la construcción —y esto no sorprenderá a nadie— no fue tan fácil como esperaban. Y es que las planchas de cartón que Juanfra y María habían reunido no se mantenían en pie, por lo que la estructura que Beto había ideado para la base no se pudo llevar a cabo, al menos no sin pensarla un poco mejor.

Aquel primer día de construcción acabó, por tanto, sin un solo avance digno de mención. Beto se fue a casa frustrado consigo mismo, ya que al fin y al cabo la idea había sido suya y era él quien tenía que sacarla adelante si no quería decepcionar a sus amigos. Tras darse una ducha que no le despejó tanto como esperaba, cenó e inmediatamente se encerró en su habitación. Sentado sobre su cama, con el folio en el que había dibujado un boceto de la base sobre su regazo, se estrujó el cerebro durante horas. ¿Cómo podía hacer que aquel desastre que había imaginado se mantuviera en pie? Lo más fácil, pensó, sería tirar a la basura el diseño inicial, que era absurdamente complicado, y pergeñar otro que fuera mucho más simple pero estructuralmente sólido. Claro que esta idea no le acababa de convencer. «Si tenemos que reunirnos debajo de cuatro planchas de cartón en el húmedo garaje de Hugo, mejor seguir juntándonos en el descampado de siempre, que al menos nos da el aire», se dijo. Además, aquella idea tampoco convencería a Hugo, que necesitaba una base que excitara su imaginación para crear una historia.

«No», concluyó Beto, «no puedo diseñar una base tan sosa». Así que, con no poco esfuerzo, se afanó en dibujar una y otra vez distintos tipos de base hasta que al fin llegó a uno que le pareció lo suficientemente sencillo como para que el grupo pudiera construirlo y, al mismo tiempo, lo suficientemente fantástico como para que les resultara divertido hacerlo y utilizarlo como base prácticamente cada día.

Durmió poco y al día siguiente llegó al colegio con unas alarmantes ojeras, pero con un diseño que le convencía y con el que confiaba en convencer al resto. Así fue: tras la desilusión del día anterior, Hugo, María y Juanfra se mostraron entusiasmados al ver el nuevo diseño.

Así que aquella misma tarde, aprovechando que no tenían deberes, volvieron al garaje de Hugo y comenzaron desde cero la construcción. Y esta vez, para gran alivio de Beto, la cosa marchó mucho mejor. No se puede afirmar que les resultara sencillo, porque la estructura se vino abajo en varias ocasiones, pero esta vez no fue por un fallo de diseño, sino por falta de materiales. Si algo aprendieron aquella tarde es que con planchas de cartón, pegamento y cinta adhesiva no es fácil construir una base.

A pesar de las dificultades, lo cierto es que avanzaron bastante y Beto se fue a casa satisfecho.

El miércoles no pudieron avanzar porque Juanfra y Hugo tenían que acudir a clases extraescolares, pero el jueves continuaron con la construcción. Esta vez no hubo percances. Invadidos por un sentimiento que no se podría calificar más que como inspiración, lograron finalizar la base, que se irguió ante ellos imponente con sus tres tejados en forma de cono sobre doce pilares compuestos por cajas de cartón, las paredes del mismo material con agujeros que hacían las veces de ventanas y la gran apertura en la estructura central a modo de puerta.

Fue entonces, cuando pudieron contemplar por fin el fruto de sus esfuerzos, cuando se esfumó el sentimiento de inspiración y euforia que se había adueñado del grupo y algo así como un sentimiento de calma y satisfacción, pero también de cierta incredulidad. ¿De verdad habían sido ellos los que habían construido aquella espectacular base? ¿De verdad sería allí donde a partir de entonces se reunirían, en su propia base secreta en la que nadie más podría poner un pie?

Beto fue el único que pudo articular palabra y solo logró decir: «guau».