El cuento de los martes

Beto en... ‘Los cuatro pastores’

L.O.

«Yo quiero ser un pastor», dijo Juanfra. Acababan de llegar al punto de reunión, un rinconcito apartado del patio del colegio, y nadie había pronunciado palabra todavía. Tan desesperado estaba Juanfra por ser un pastor. Ni Beto ni María ni Hugo se preguntaron por qué su amigo tenía tanto empeño en hacer el papel de pastor en la representación teatral que el grupo debía preparar para la función de Navidad del colegio. Todos estaban ya lo suficientemente acostumbrados a las salidas de Juanfra como para no sorprenderse por algo así. Porque sí, normalmente todos los niños habrían querido ser José, o la Virgen María, o uno de los Reyes Magos. Pero no: Juanfra no estaba interesado en encarnar uno de los roles que a menudo se suelen considerar como principales en las funciones navideñas. No, Juanfra quería ser pastor.

«Vale, Juanfra será el pastor», dijo Beto, que haría las veces de director de la obra, como todos los años. «Yo seré José», dijo Hugo, que, además de José, también sería el encargado de escribir el guion de la obra, un guion en el que el resto de los miembros del grupo participarían ofreciendo sugerencias para añadir o cambiar, pero nunca modificando el texto: esta era una tarea para Hugo, que al fin y al cabo era el escritor del grupo. «Pues yo no quiero ser la Virgen María», dijo María, indignada, «porque siempre me toca a mí ser la Virgen María. Ya estoy hartita de tener que ser la Virgen María». A esto, Hugo se limitó a contestar: «¿Y quién dice que en esta historia tenga que haber una Virgen María?», a lo que Beto, interesado por lo que se cocía en la siempre fructuosa mente de su colega, preguntó qué personaje podía sustituir a un miembro tan fundamental en las historias navideñas como la Virgen María.

«En nuestra historia no habrá Virgen María ni, ahora que lo pienso, José», dijo Hugo. «¿Pero tú no habías dicho hace un segundo que serías José?», preguntó Beto, extrañado. «Sí, pero María me ha hecho cambiar de idea y se me ha ocurrido una historia estupenda», dijo Hugo, «en nuestra historia no habrá ni Virgen María ni José ni Niño Jesús, solo pastores caminando por el desierto».

Como pueden leer nuestros lectores, Juanfra no era el único miembro un tanto excéntrico del grupo.

Así que la historia que los cuatro amigos comenzaron a preparan no sería la típica historia de las obras de Navidad.

La preparación fue larga. Quedaban cada tarde en casa de Hugo para ensayar. Leían el guion una y otra vez para memorizar las frases, dibujaban crucecitas en el suelo para saber en qué lugar debía colocarse cada uno en cada momento de la función y preparaban los trajes que vestirían durante la misma. El padre de Beto, que tenía algún conocimiento de costura, se había ofrecido a coserles los trajes, pero los amigos querían hacerlos ellos mismos, así que habían sacado unas cuanta camisetas y pantalones que ya no les valían y se habían hecho ellos mismos el vestuario para la obra.

Y por fin llegó el gran día. Actuaban antes de la representación principal, así que la sala estaba repleta de niños y padres que venían a ver el plato fuerte y se sorprendieron al ver salir a cuatro niños vestidos de pastores, solos, sin más acompañamiento que una suave música de fondo que no llegaba a ensombrecer las palabras que pronunciaban. Los pastores iban detrás de la estela de una estrella fugaz que habían visto pasar sobre sus cabezas. Llevaban días pasando hambre en el desierto y aquella luz les había devuelto la esperanza. Tras días de viaje, llegaban ante un pequeño portal. La historia acababa cuando tocaban la puerta y respondía una voz femenina: la voz de la esperanza.