Opinión | La Feliz Gobernación

Sánchez y Feijóo no viven en el mismo siglo

Los líderes de PSOE y PP coinciden en lemas negativos: «parar a la ultraderecha» y «parar a Sánchez». El problema para Feijóo es que tanto la ultraderecha como Sánchez parecen, sobre el papel, imparables

Elecciones europeas.

Elecciones europeas.

Luis Buñuel, que se definía a sí mismo «ateo por la gracia de Dios», declaró en una entrevista que «los científicos que se empeñan en demostrar la inexistencia de Dios van a conseguir que me convierta al cristianismo» (cito de memoria). A los efectos, es lo que empieza a ocurrir con el PSOE de Sánchez: hasta muchos de los creyentes socialistas dudan del seguimiento a un líder que, con la sola prenda de su propia permanencia en el poder, presenta el sanchismo como la religión verdadera.

Observo desde hace un tiempo en ciertos ámbitos proclives al PSOE, incluidos militantes activos más allá de los reclutados al aplaudiómetro, que su vinculación afectiva se sostiene en artículos de fe, sin recurso a otro argumento positivo que no sea el prefabricado «que viene la ultraderecha». Y es cierto que la prospectiva europea advierte de que viene la ultraderecha, pero tal vez venga de tanto invocarla.

Hay dos ideas incompatibles. De un lado tenemos un Gobierno de izquierdas, reforzado en ese sesgo por sus coaligados más allá de la socialdemocracia, apoyado parlamentariamente por grupos territoriales que lo han preferido a los partidos de derechas. Y ese Gobierno plantea un horizonte de reformas dirigidas a mejorar las expectativas de la clase media trabajadora, el espacio social que decide las mayorías. Vista tanta idoneidad, ¿cómo es que viene la ultraderecha? Podríamos deducir que si en verdad viene la ultraderecha será porque algo está haciendo mal el Gobierno de la izquierda.

Populismo vs socialdemocracia

¿Y qué podría estar haciendo mal? Lo primero que detectamos es que en realidad no es este un Gobierno de socialdemocracia avanzada, sino un Gobierno populista. Acapara todos los síntomas. El recuento de declaraciones de los ministros más activistas permite constatar que se emplean más en descalificar a los adversarios políticos que en dar cuenta de las funciones que tienen encomendadas. Y no admite el control en sede parlamentaria, tarea de la oposición, pues jamás responde a las preguntas, sino que las establece como fango, erigiéndose en tutor de sus adversarios para decidir sobre qué asuntos es correcto preguntar y sobre qué otros no lo es, como a su vez hace el portavoz Patxi López con los periodistas en sala de prensa. Establece cortinas de humo en los casos de corrupción que le afectan (mascarillas) al ampliar el temario de las comisiones de investigación a Gobiernos autonómicos del PP que no han sido denunciados, lo que indica una escasa voluntad de esclarecimiento al intentar el totum revolutum. Presume de estabilidad a la vez que se ve obligado a prorrogar los Presupuestos y a desprogramar el calendario legislativo, unas veces por falta de apoyo de los socios parlamentarios de investidura y otras por los empotrados en el propio Gobierno. Envía mensajes a la sociedad sobre el espíritu de la amnistía (la única ley aprobada en este tramo) que sus socios independentistas, corredactores y beneficiarios de la norma, desmienten: para éstos, la amnistía no es, como presume el Gobierno, el punto final del ‘procés’, sino un paso sustantivo en pro del mismo, cuyo próximo capítulo sería el referéndum.

Sin controles

Pero estos apuntes son apenas la espuma del populismo. Lo verdaderamente grave es la impugnación del estamento judicial incluidos los jueces de instrucción a la vez que la conversión de la Fiscalía del Estado en gabinete de abogados del Gobierno. En paralelo, todos los medios de comunicación que aporten elementos críticos son remitidos a la fachosfera, en una operación indiscriminada para confundir el buen periodismo con los pseudomedios de propaganda, siempre que éstos no sean los que promueven ellos. Y se proponen desarrollar leyes para reducir el radio de acción de la Justicia (añadiendo, además, supuestas normas no escritas) y para controlar a los medios. Una vez que la Justicia y el periodismo son situados en la diana, el Gobierno adquiere plena impunidad, pues desaparecen los controles democráticos.

La oposición política es de ultraderecha. Los jueces hacen política a favor de las fuerzas reaccionarias. Los medios de comunicación reproducen bulos interesados. Instalado este marco, el bendito Gobierno dispone de manga ancha para hacer y deshacer. Todo aquello que se le matice, se le oponga o se le reproche responderá a una conspiración. Se llama populismo.

Romanticismo político

El caso Begoña es la cresta del proceso de transformación del socialismo en sanchismo populista. Las noticias no desmentidas sobre las ‘actividades profesionales’ de la mujer del presidente dejan en mantillas las denuncias que en tiempos de Rajoy emitía el PSOE sobre el conflicto de intereses de los respectivos maridos de las ministras Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal. Tráfico de influencias puro y duro en todos los casos, lo que no significa necesariamente que las evidencias adquieran consideración de delitos, pero de cualquier manera se trata de situaciones indecorosas. A no ser que el rasero sea el establecido por Pedro Sánchez, que esta semana calificó de ‘persecución judicial’ el proceso a la exministra de Zapatero Magdalena Álvarez que concluyó con su condena a nueve años de inhabilitación por prevaricación continuada en el caso de los Eres andaluces.

El sarpullido populista de provocar que la masa socialista aplauda a la pareja de la Moncloa con las manos entrelazadas, en una escena que ni siquiera se permitieron Perón y Evita, constituye la hipérbole del yoísmo. El cuadro reproduce la resistencia del amor romántico frente a las hordas ultraderechistas, refrendado por el pueblo que adora al ‘puto amo’. Y esto cuando el amor romántico se presenta desde instancias ideológicas con presencia en el Gobierno como un mecanismo de opresión, sobre todo contra las mujeres (lean Caliente, de Luna de Miguel, en Lumen, un ensayo excelente). Pero el populismo de izquierdas también incluye el conservadurismo popular en cuestiones de familia, sobre todo porque el electorado es muy dado al sentimentalismo. Ahora bien, pasear por los mítines a personas investigadas por la Justicia apelando a su absolución por las masas e instando a éstas al negacionismo sobre la legitimidad de los tribunales es un recurso electoral que nunca antes habíamos conocido.

Tampoco es habitual que un líder adquiera triple personalidad: nos envía a casa con la papeleta de su partido una carta firmada como secretario general, junto a la candidata Ribera, bajo las siglas del PSOE; como presidente del Gobierno acostumbra a las comparecencias sin preguntas a las puertas de la Moncloa y, finalmente, como supuesto ciudadano corriente, se dirige a los españoles a través de Twitter mediante misivas desprovistas de sellos y logotipos en las que nos informa de sus tribulaciones personales.

Suspensión de la crítica

Todos estos aspavientos son expresivos de que los recursos populistas de Sánchez carecen de límites y, sorpresa, resultan efectivos, a juzgar por el hecho de que las encuestas han ido señalando una progresiva emergencia de los socialistas desde que se inició la campaña de las europeas hasta hoy mismo, en que permanecen abiertas las urnas.

Sánchez es puro siglo XXI. Se ha ido comiendo a Podemos, que encarnaba esa nueva política desprejuicida respecto a las normas establecidas y lo está digiriendo, pero se ha quedado para sí, como instrumento infalible, unas prácticas populistas que, con independencia de los contenidos, son indistinguibles entre partidos de derechas y de izquierdas. La regla de oro es que el poder ejecutivo lo otorga el pueblo a través del legislativo y frente a esa legitimidad, cualquier intento de control o de refutación social o judicial de las malas prácticas es ideológicamente perverso y contrario al interés general.

Sánchez ha conseguido incluso que en ámbitos intelectuales de la izquierda, tan rigurosos y analíticos tradicionalmente, se suspenda el espíritu crítico ante esa deriva y se acepten incluso los dilemas más tramposos, generalmente de mera función utilitaria, el principal de los cuales es «que viene la ultraderecha». Tal vez no calculan que, en el espacio acrítico que abre el populismo, la ultraderecha se colará antes o después inevitablemente, pues ella es la genuina creadora de ese tipo de práctica política. El huevo de la serpiente se incuba mediante el descrédito de la política, cuando el populismo sustituye al rigor institucional y la demagogia a la aplicación a la realidad.

Feijóo, en el desconcierto

¿Y cómo responde el PP? Con el mayor de los desconciertos. Si Sánchez es siglo XXI, Feijóo es puro siglo XX. Un político empeñado en prolongar un tipo de política que ha quedado devastado, irritado por la incomprensión de las nuevas dinámicas, perplejo por el hecho de que a Sánchez le funcionen de maravilla unas artes de magia con los trucos tan a la vista. Feijóo, que acudió a la política nacional con una percepción tradicional del canon ha accedido a un terreno de juego irreconocible con el cambio de reglas. No se adapta porque carece de la versatilidad de Sánchez y se sumerge en la nostalgia del tiempo en que las cosas eran de otra manera.

En el PP hay una persona capaz de interpretar mejor los tiempos nuevos de la política, el populismo equivalente: Isabel Díaz Ayuso. Es la bala en la recámara. Presenta algunas averías, pero también como Sánchez, y a éste no le restan. Si hoy se consuma el empate técnico, al PP no le quedará otro remedio que ensayar el Obús Ayuso (’sacar al perro’, dicen en el propio partido), sobre todo si el panel electoral presenta a Madrid, Valencia, Andalucía y Murcia como los territorios de mayor habitabilidad para la gaviota. Está Moreno Bonilla, pero ante Sánchez es también del plan antiguo. La única capaz de integrar a Vox es Ayuso, como ya ha hecho en Madrid.

La mayoría de las encuestas, antes de la supuesta remontada socialista de la semana final de campaña, ofrecían un resultado de 23/20 a favor del PP respecto del PSOE, y Vox, entre 6 o 7 eurodiputados, no parece que distorsione gravemente los resultados de los primeros. Si esto se calcara significaría que la opción Feijóo quedaría apagada en lo que ha sido concebido por el PP como la oportunidad de un plebiscito contra Sánchez, en el que ha sido empleada a fondo la acción de oro del caso Begoña.

Ambos, Sánchez y Feijóo, han coincidido en los lemas negativos: el primero, «parar a la ultraderecha», incluyendo en ella al PP; el segundo, «parar a Sánchez». El problema para Feijóo es que tanto la ultraderecha como Sánchez parecen, sobre el papel, imparables. Y si esto es así, quien se parará será Feijóo.

Mientras tanto, Europa es un pretexto, una referencia de fondo que desaparece del debate raptada por un lujurioso dios transformado en un toro blanco.