Opinión | Al azar

Sánchez no tiene quien le escriba

Con o sin su esposa, el discurso del presidente se ha de centrar en ponerse a disposición de la justicia

Pedro Sánchez junto a su esposa, Begoña Gómez.

Pedro Sánchez junto a su esposa, Begoña Gómez. / Europa Press

La nueva carta a la ciudadanía de Pedro Sánchez es desafortunada incluso en este epígrafe cuartelero, sin entrar en la redundancia de comunicarse a través de la red social de Elon Musk. El contenido es más deficiente, y sobre todo más peligroso, que el envoltorio. El ruborizante encabezamiento de «Mi esposa y yo» tergiversa de raíz una relación que el país mantiene en exclusiva con el cabeza de lista del PSOE en las últimas elecciones, sin intermediarios ni socios. Ni a sus votantes en concreto ni a los ciudadanos en general les afecta que los residentes en la Moncloa compongan la pareja más ejemplar de los contornos, o que se hubieran separado sin avisar. 

La relación pertenece a su esfera íntima, y tampoco puede ser esgrimida como escudo en «Begoña y yo sabemos perfectamente por qué la atacan, lo hacen porque es mi pareja». Dado que la instrucción judicial no excesivamente fundada reposa en un posible tráfico de influencias, desde luego que la imputación se debe al vínculo presidencial.

Más allá del corte melodramático de la Nueva carta, sorprende su dudosa factura, la pedagogía estruendosa de «estos días leerá y escuchará usted mucho ruido y aun más furia» o «quedan unos días de ruido». Sánchez no tiene quien le escriba, en el sentido literal de que incluso prodigios de la pluma como Obama recurrían a profesionales para elaborar su discurso.

El primer fruto de una redacción más apresurada que improvisada consiste en desvirtuar el mensaje. Con o sin su esposa, el discurso del presidente del Gobierno se ha de centrar en ponerse a disposición de la justicia, aunque un juez concreto le chafe la campaña con una citación.

A esta diligencia se ven obligados miles de españoles sin canales de amplificación. Ni Sánchez ni su esposa son víctimas, a diferencia del diputado que fue expulsado del Congreso la pasada legislatura en una de las mayores cacicadas de la democracia y que, vaya por Dios, no mereció una epístola. Si insiste en las cartas, cabe aconsejarle al presidente un buen escribano. 

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