Opinión | Ídolos

Miqui Otero

Fans de Taylor Swift vs. fans de Vinicius

Es curioso cómo la descripción de una fan adolescente y la de un seguidor futbolero de mediana edad no son tan distintas

La cantante y compositora estadounidense Taylor Swift durante su concierto en Madrid.

La cantante y compositora estadounidense Taylor Swift durante su concierto en Madrid. / Juanjo Martín / EFE

Mirad bien, observad a esa persona en la puerta 55 del Santiago Bernabéu: tiene la cara pintada con los colores de su ídolo, llora y grita en una lengua que parece inventada, cambiaría ahora mismo la vida con un familiar cercano por un minuto a solas con su estrella, podría ayunar un lustro si ella se lo pidiera, dormiría en un lecho de faquir en esta explanada durante meses para obtener un «hola» suyo, daría todo por beberse el agua de su bañera y cree que no hay nada en el mundo comparable al sentimiento que le despierta lo que está a punto de suceder en el estadio.

Seguramente han visionado a una fan adolescente, que llamaremos Elisa, horas antes del concierto de Taylor Swift (o de algún otro ídolo pop), pero en realidad estaba describiendo a un tal (nombre inventado) José Luis, durante las celebraciones de una copa levantada por el Real Madrid. Ahora que ya lo han visto, mirémoslo un poco más: acaba de intentar beberse por el ojo una cantimplora llena de wiskola, se ha subido la camiseta para liberar esa barriga cervecera como de gestación sietemesina, está gritando «te quiero más que a mi vida» a un cartón con la cara de un delantero, como si fuera una estampita mariana, y (¡un momento!) acaba de lanzarse al vacío desde lo alto de una marquesina para que lo manteen, pero (¡oh, no!) nadie lo ha recogido.

Es curioso cómo la descripción de una fan adolescente y la de un seguidor futbolero de mediana edad no son tan distintas. Y, sin embargo, el tono con el que se perciben dista tantísimo. En el caso de Elisa la swiftie (o de cualquier fan púber) la nube léxica tiene que ver con palabras como histeria y su retrato se pinta con colores de paternalismo en el mejor de los casos y, en el peor, de alarma frente algún tipo de desviación psicológica o de enfermedad social. En el caso de José Luis el merengue (o de cualquier fan del fútbol) es curioso cómo se pinta al personaje desde un costumbrismo editorial, incluso celebratorio y comprensivo (¡cómo no te voy a querer!).

Este fin de semana lo pasé en Madrid durante la Feria del Libro. El jueves, en el transbordo entre Atocha y Chamartín para pasar antes por Salamanca, vi a centenares de chicas vestidas con corpiño ‘brillibrilli’y los antebrazos llenos de pulseras artesanas, volviendo del concierto de su vida. Y tres días después, en la capital, miles de fans merengues con la camiseta blanca y las pinturas de guerra. Creedme, bastante menos aparatosas las primeras que los segundos.

Quien no entienda que la adolescencia es la isla de esa figura tan recomendable, el fan, es que no ha entendido nada. Antes de encontrar parejas estables y de sufrir burocracias adultas, todo el deseo, todo el amor, toda la sed se vehicula a través de la figura del ídolo, inalcanzable como un sol y a la vez cercano como una hermana. Alguien que no ha sido fan a esa edad, con su componente vampírico y su derroche entusiasta, no ha vivido una vida plena. Desde las primeras fans de Sinatra hasta las actuales de Swift. Quien quiera entenderlo mejor, puede leer, por ejemplo, el libro Starlust. Las fantasías secretas de los fans, editado por Contra, o los textos sobre el tema de Mariana Enríquez.

Me parece tan bien que personas de todas las edades bailen como que sean fans de algo. El fan vive con intensidad lo que ve y encuentra un vector de sentido y dirección en una vida que no los tiene. 

Quien lo probó lo sabe y quien no lo entienda debería intentar entenderlo para, en su intento de ridiculizar, no quedar él en ridículo, en su empeño por denunciar la felicidad, no quedar como un infeliz. 

Suscríbete para seguir leyendo