Opinión | Entre letras

JAVIER DÍEZ DE REVENGA

Buscando la claridad

Anabel Úbeda

Anabel Úbeda

Anabel Úbeda Bernal (Cartagena, 1994) acaba de publicar un nuevo poemario, Misivas del desvelo, publicado por Bajamar Editores en Gijón, en el que aborda los efectos de la encrucijada de la edad y de su existencia en un momento biográfico en el que ha decidido replantearse el sentido de tantas cosas, sobre todo su papel en la vida, cuando aún la juventud la mantiene ansiosa y despierta ante los aconteceres de la existencia. Despierta y en desvelo, como se alude claramente en el título del poemario, de manera que el lector lo que recibe a través de las representaciones poemáticas es una serie de mensajes, de misivas, en las que se acentúan conflictos y se indagan salidas, entre tantas oscuridades, hacia la claridad. Lo que pretende la poeta en este intercambio es establecer «un diálogo cuyos partícipes quedan difusos, a la espera de la verdadera respuesta, el intento de romper la incomunicación con el otro, con el mundo y con el alma, cuyo único fin es volver a hallar el camino, la paz, entre todas las interferencias».

Interesa mucho examinar los medios verbales de que se ha servido la escritora para dar vida a tantas ansiedades, porque sus poemas, sucintos muchos de ellos y sin embargo plenos de significados, en pocas palabras enfrentan pasiones y sentimientos que revelan sus búsquedas. Incluso la alternancia de la escritura redonda con las cursivas, esparcidas por todos los poemas, establece una verbalidad gráfica imposible de reproducir oralmente, pero en la que el lector se verá obligado a detenerse y a pausar sus reflexiones conforme las misivas van llegando con sus palabras resaltadas.

Otro procedimiento destacable es el conseguido con la multiplicación de los símbolos que surgen de las palabras con sus significados creando pertinencias inquietantes. Un vocabulario que roza los límites de lo irracional pero que jamás sobrepasa, en la consecución final del poema, los objetivos claros de todo el libro: representar el mundo tal como es desde la perspectiva de una criatura que lucha en él por la supervivencia y que intercambia, con sus ansiedades, estímulos que le sirven para superar adversidades. Como escribe Ani Galván en el prólogo del libro, las visiones que cobran forma en sus poemas convierten la norma en desvelo: «la madurez, sea literaria, sea vital, nos demanda una lección única: la vista o la ceguera, el sueño o la vigilia».

Todo en definitiva porque la autora, desde su ya incipiente madurez se lanza en busca de la luz, de la claridad. Y ni el sueño, ni el insomnio resolverán el enigma, aunque desde el desvelo se pueda comunicar el camino hacia ese resplandor que será el reflejo de la realidad perseguida y ansiada. Una meta que se ofrece lejana, distante, y el tránsito hacia ella tortuoso y complejo, pero en ningún modo infranqueable: «Soy mi peor enemiga y, aun así, / me sostengo como una columna / esperando de otros la misma sinceridad, / la misma dureza / con la que yo me corrijo», se dice en uno de los poemas antológicos sin duda de este libro.

Revelados los objetivos del poemario, alcanzará el lector enseguida los cauces por los que transcurre la palabra poética para descubrir las tensiones que han poblado hasta el momento la vida de quien ha escrito los poemas. La tensión del tiempo ha surgido en simbólicos elementos, como un calendario o un reloj, la pasión del amor ha reverdecido espacios entre la espera y el aliento de la posesión, de manera que la autora ha buscado más allá de los días el sentido de su destino entrevisto en tantas representaciones poemáticas. El camino hacia la luz y hacia la claridad no se pierde en ningún momento ni se interrumpe, a pesar de los contratiempos y las contrariedades. Solo los signos sugeridos en símbolos muy concretos reflejan el sentido de la indagación vital que construye todo el poemario y lo cohesiona con muy fuertes vínculos.

Y esos vínculos se desarrollan en las distintas partes del libro, desde los pantallazos iniciales a las otras estancias que reflejan tanto la tensión del tiempo, entre imágenes del recuerdo (diapositivas), y entre reflexiones del transcurrir de las horas y los días (diario) y el reflejo del devenir y del trascurrir de todo hasta el presente (crónicas) recopilando momentos y también heridas y tropiezos, mientras suena al fondo el canto de unas jarchas mozárabes y la imagen de Carmen Conde surge en su lucha por su propia afirmación como un símbolo y también como un incuestionable mito. Poesía bien creada y mejor transmitida en poemas que han de hacer reflexionar al lector asumiendo las lecciones que Anabel Úbeda ha agavillando en este libro singular.

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