Opinión | Noticias del Antropoceno

La política gana y la vivienda pierde otra vez

En la clásica versión cinematográfica de Frankestein, este es un monstruo bondadoso pero al que inevitablemente se le va la pinza y acaba arrojando al río a la cándida niña que le había ofrecido una flor. Y es que el monstruo se comporta como tal porque el cerebro implantado por su creador era el de un criminal previamente ajusticiado por sus crímenes. Asesinar es su naturaleza y no puede evitarlo. Un crimen, por cierto, es lo que ha sucedido esta semana con la Ley del Suelo aportada con buenas intenciones por el Gobierno y aniquilada por ese mismo Gobierno, comportándose así como un auténtico Frankestein que no controla sus impulsos.

No conformes con haberse cargado el alquiler residencial al otorgar privilegios sin cuento a los inquilinos, como limitar los precios de los alquileres e inmiscuirse en quien paga los servicios de los profesionales inmobiliarios, la parte radical del Gobierno se ha opuesto frontalmente a facilitar la creación de suelo evitando obstáculos burocráticos a la tramitación de Planes Urbanísticos .Tampoco se ha lucido mucho el Partido Popular, que se abstuvo de definir su voto hasta el punto de provocar el pánico de un Gobierno que ya había perdido una votación significativa esa misma semana. La derecha, que gobierna en muchos más territorios que el PSOE, debería haber saludado la Ley del Suelo como una iniciativa digna de ser apoyada en todo momento, sin dudas de ningún tipo. Entre otras cosas, porque venía reclamando esas misma medidas desde hace tiempo.

Entre todos la mataron y ella sola se murió. La vivienda, como sabe cualquier político o periodista, despierta intereses y pasiones sin cuento en la ciudadanía. El Régimen de Franco facilitó que se crease una generación de propietarios con las viviendas protegidas, y la entrada en el euro, con la abundancia de crédito abundante y barato que conllevó, facilitó el acceso a la vivienda de la siguiente generación, los llamados boomers. Ahora le corresponde a los milenials convertirse en propietarios, siguiendo el curso natural de generación de patrimonio. Pero las trabas al alquiler y a la promoción —que conforman conjuntamente un mismo ecosistema inmobiliario junto con la avaricia de unos Ayuntamientos que no quieren desprenderse del suelo cedido obligatoriamente por los promotores para hacer vivienda protegida— parece condenarlos inexorablemente a ser la primera generación contemporánea privada del acceso a la vivienda en condiciones razonables.

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