Opinión | Tribuna Libre

Acoso escolar, protocolos de actuación y prevención

L.O.

L.O.

A pesar de las campañas de sensibilización contra el acoso escolar, los estudios indican que estas agresiones se mantienen y, en muchos casos, ni la aplicación de protocolos establecidos o haber realizado programas de prevención asegura una mejora de la situación.

Este fracaso ante el acoso escolar está motivado fundamentalmente por dos causas: a) muchos centros sólo reaccionan cuando el acoso ha sido denunciado y b) cuando los centros tienen intención de prevenirlo, suelen utilizar procedimientos inadecuados.

Cuando existe una denuncia de acoso, los centros reaccionan siguiendo el protocolo elaborado por la administración educativa correspondiente. Utilizar tal protocolo garantiza la seguridad de actuación del profesorado, ya que procede siguiendo lo prescrito por la Administración, pero no siempre facilita el esclarecimiento de la denuncia y, después del proceso seguido, resulta complicado dictaminar la existencia de acoso.

A esta situación se llega porque, formulada la denuncia, la supuesta víctima debe informar de acciones dolosas recibidas, agresores/as que ha intervenido, lugares, fechas y posibles observadores/as. Esta información será cotejada con la que aportan posibles observadores/ras, con la que el profesorado haya observado y, probablemente, con la que manifiesta el supuesto agresor/a.

Si se ha cometido una agresión impulsiva, es probable que tal acción haya podido ser realizada en presencia de alumnos/as e incluso delante del profesorado; pero los acosadores no impulsivos planifican para que las agresiones no sean observadas: buscan momentos en los que la víctima está sólo/a y actúan. Además, muchas veces el acoso toma la forma de aislamiento social organizado por el agresor y resulta muy difícil desenmarañar las mentiras vertidas sobre la víctima y determinar a la persona que las instigó.

Además de esa dificultad, hay que plantearse el dilema al que se enfrentan posibles observadores, ya que, si han observado alguna agresión y hablan, pueden convertirse en próximos objetivos del acosador/a.

Queda, por último, recoger la información que el profesorado pueda observar en el centro. Pero esta posibilidad también está muy limitada: el acosador/a sabe que está en el foco de atención y cambiará absolutamente su comportamiento. El resultado final del protocolo será muy probablemente: no existen indicios para confirmar la conducta de acoso. Hay que seguir observando.

Dependiendo de diferentes circunstancias, ligadas generalmente a situaciones de acoso que aparecen en los medios de comunicación, los centros deciden intervenir para prevenir el acoso escolar con actividades, muchas de las cuales quedan como anécdotas que caen en el olvido después de unos días (actuaciones, exposiciones, murales, carreras, banco para no estar aislado, etc.). Otras veces se intenta obtener una visión cuantitativa de la situación de acoso, presentando a los alumnos cuestionarios con preguntas sobre la frecuencia en la que han sufrido, observado y/o realizado diferentes comportamientos de maltrato (agresiones, insultos, aislamiento, etc.). A veces, estos cuestionarios incluyen también ítems de nominaciones, y los alumnos deben indicar quienes creen que no saben defenderse, son débiles, matones, etc. Este tipo de cuestionarios, que están bastante extendidos, aportan una información de dudosa validez sobre el acoso escolar en los centros y suelen incrementar el malestar de alumnos en riesgo de sufrir victimización.

Para prevenir el acoso escolar existe una alternativa eficaz que se genera a partir de los conocimientos que han aportado las investigaciones sobre acoso escolar (véase Calvo, A.R., Cerezo, F., y Sánchez, C., 2004; Calvo, A. y Ballester, F., 2007; Garaigordobil, M. y Oñederra, J.A., 2010; Ortega, R.,2010). En esos estudios se identifica a las víctimas como personas que sienten malestar en el centro debido al acoso o al miedo de que se produzca, tienen pocos amigos, están aislados en recreos e incluso en el aula, se sienten inseguros en ciertas dependencias del centro en las que no existe presencia continua de adultos y suelen estar cerca del profesorado para encontrar seguridad, entre otros aspectos.

De este modo, la prevención del acoso escolar no debería plantearse desde la enumeración de las conductas agresivas en el centro, sino desde la valoración del clima de bienestar del alumnado en el aula y el centro. Se trataría de identificar a los alumnos/as que presentan características incompatibles con estar victimizado; esto es, sujetos que tienen amigos en el centro y buenas relaciones en él, que manifiestan estar bien en el centro, que se encuentran seguros en cualquier dependencia del centro, etc.

Aquellos alumnos/as que no manifiestan bienestar y seguridad en el centro no significa necesariamente que estén victimizados/as, pero la expresión de ese malestar e inseguridad en el lugar en el que todos deben encontrarse seguros, refleja una experiencia vital negativa que debe ser valorada y aliviada.

La posibilidad de estar implicado en unas relaciones de maltrato se incrementa cuando los sujetos no tienen determinados conocimientos y/o habilidades sociales. Por ejemplo: no saben responder de manera adecuada ante situaciones conflictivas, participan en las redes sociales sin tener conocimiento básico sobre normas de seguridad y comportamientos adecuados, etc.

De este modo, la alternativa que se propone al modo actual de prevención del acoso escolar se centra en identificar al alumnado más vulnerable, conocer las causas de su malestar escolar e inseguridad y producir los cambios educativos necesarios para incrementar su bienestar escolar.

Suscríbete para seguir leyendo