Opinión | Dulce jueves

El círculo del Odiseo

Por encima de la depresión, la ansiedad, la soledad y el sufrimiento extremo, más allá del fin, de las cosas que terminan, estaba el círculo de seis amigos delimitando el conjunto de todas las cosas, el deseo de vivir por todo y a pesar de todo

¿Se puede calcular la felicidad? Algunos creen que sí. Arthur C. Brooks no solo lo cree, sino que se dedica a medirla de forma científica. Lo primero que dice es que la felicidad no es un sentimiento ni una emoción; lo segundo, que no es absoluta porque está mezclada con experiencias negativas como la tristeza o la enfermedad. Se puede estar triste o enfermo y ser muy feliz, de lo que se deduce que la infelicidad es tan necesaria como la felicidad. Según sus investigaciones, la felicidad es el resultado de tres fenómenos: el disfrute, la satisfacción y el sentido. Esas son las realidades interiores a las que hay que prestar atención. Disfrutar de las cosas buenas de la vida, sentirse satisfecho de cómo afrontamos los malos momentos y buscar un propósito al hecho de estar vivos. Y aquí viene lo difícil, según explica Brooks en una entrevista: «Para saber si has encontrado el sentido a tu vida tienes que poder contestar dos preguntas: por qué estás vivo y por qué estarías dispuesto a dar tu vida ahora mismo». La primera pregunta solemos dejarla en blanco y la segunda la evitamos con mil excusas por miedo a que ponga del revés nuestra forma de vivir. Preferimos dejarnos llevar, ver películas, leer novelas, observar la vida de los demás y mantenernos en un segundo plano, como observadores, personajes secundarios a quienes no les ha llegado todavía su hora.

El martes tuve una comida con amigos. Fuimos al Odiseo. Nos sentamos a una mesa redonda, flanqueada por esas barras doradas que se elevan hasta el techo entre burbujas transparentes y le dan a todo el espacio un aspecto celestial al estilo Xanadú. Fue una velada muy feliz, aunque era la celebración de una despedida, un adiós. En determinado momento unimos nuestras manos, cerrando el círculo. Fue solo un instante, un gesto espontáneo que no se sabe de dónde surgió. Una experiencia de sentido que todos pudimos comprender y retener, una respuesta a preguntas que no era necesario plantear. Si la felicidad puede dibujarse, sería un círculo. Por encima de la depresión, la ansiedad, la soledad y el sufrimiento extremo, más allá del fin, de las cosas que terminan, estaba el círculo de seis amigos delimitando el conjunto de todas las cosas, el deseo de vivir por todo y a pesar de todo.

De repente, la palabra ‘despedida’ o la palabra ‘fin’, que tan dura e irreversible parecía, se deshacía en contacto con la realidad de la amistad. El fin era una verdad terrible, pero no era la última. La amiga que nos había convocado allí era quizá la única que lo comprendía plenamente. Yo intuía que precisamente ella, la que había recibido el peor golpe que la vida puede dar, me enseñaría la fórmula de la felicidad más verdadera, aquella que se experimenta en medio de la oscuridad, y así lo hizo. La felicidad es lo que nos eleva, ligera y redonda como las burbujas del Odiseo. Así lo explica también el escritor Pablo d’Ors: «No es fácil, pero hay que asumir que las cosas que nos pasan no son por casualidad, sino que obedecen a un destino. Se trata de escucharlo y secundarlo; para eso nada mejor que mirar hacia arriba, que es lo mismo que mirar hacia dentro». Al final de la velada le pregunté a mi amiga si existe esa clase de felicidad. Sí, me respondió sin dudar: «Soy feliz porque soy libre».

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