Opinión

Impresión

Hace tiempo que una reproducción del cuadro de Claude Monet Impresión, sol naciente, cubre un trozo de pared de mi habitación. Como me suelo levantar temprano, sucede que muchas veces ante mi vista se juntan dos amaneceres. El real, que contemplo por mi ventana, con el sol despuntando por la Sierra de la Pila, y el virtual, el de la lámina, iluminando el despertar del puerto normando de Le Havre. Dos improntas que ayudan a encarar el día. La quietud solitaria de la naturaleza, por un lado; el bullicio industrial de una ciudad y de unos hombres y unos barcos que se echan a la mar, por otro. Tuve la suerte de visitar el pasado mes de marzo en el Museo de Orsay la magnífica exposición París 1874. Inventar el impresionismo, cuyo cartel anunciador es precisamente el lienzo de Monet. Una muestra centrada en aquellos parias de la pintura que se apellidaban Renoir, Degas, Pissarro, Cézanne, Sisley o Morisot, y fueron rechazados por el jurado del Salón oficial. Esclarecer los tonos de la paleta y salir de las cuatro paredes del atelier para capturar lo que sucedía en las calles fueron dos de las grandes apuestas impresionistas. Mi impresión: que no debería olvidarme de estos dos preceptos en mi escritura. 

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