Opinión | El que avisa no es traidor

¿Un mundo mejor?: Llámenme viejo

Las elecciones catalanas del domingo dieron un aviso serio de lo que viene: por primera vez, dos partidos de extrema derecha disputan a la derecha tradicional su territorio y la arrastran a la derecha extrema

Llámenme viejo. Pero el hecho es que, desde hace generaciones, los padres siempre aspiraron a que sus hijos vivieran mejor en un mundo mejor. Esto sirvió especialmente en el convulso siglo XX –sobre todo en el siglo corto (1917-1989) de Eric Hobsbawm– para que unas generaciones tuvieran la sensación de misión cumplida, viendo como sus sucesores temporales mejoraban en calidad de vida.

Eso se truncó con la Gran Recesión, causada por la hipotecas subprime y el estallido de la burbuja inmobiliaria (2008-2014). Desde entonces, los ahora menores de 45, o incluso 50, han empeorado palmariamente las condiciones de vida que tuvo la generación anterior: subempleo, carestía habitacional, deterioro galopante de sanidad y educación, salarios bajos, jornadas abusivas...

La covid-19, la irrupción de los grandes fondos financieros en lo inmobiliario y la privatización impuesta por gobiernos conservadores (y no tanto) en el mundo desarrollado estabilizaron aquellos problemas y los convirtieron en endémicos.

La precariedad de la vida de las nuevas generaciones ha desviado la mirada de la gran ola que amenaza con devenir galerna y arrasar lo poco que queda. Ya hubo señales premonitorias; ahora son perentorias. Con perspectiva de unos pocos meses, el mundo se encontrará con Trump en la Casa Blanca, Xi Jinping bien atornillado en Zhongnanhai y Putin impertérrito en el Kremlin.

Un panorama nada halagüeño porque, además, sus adláteres proliferan como setas: Milei y Bolsonaro, en el Cono Sur; dictadorzuelos de uniforme de cualquier tipo en África; golpistas sangrientos en Oriente Lejano; autócratas religiosos en los petroestados mediorientales; Modi en la ‘democracia’ más poblada del mundo (India). Y la guinda: Netanyahu como protomártir de la libertad asediada por radicalismos.

Las elecciones catalanas del domingo dieron un aviso serio de lo que viene: por primera vez, dos partidos de extrema derecha (Vox y Aliança Catalana, este independentista) disputan a la derecha tradicional (PP y Junts) su territorio y la arrastran a la derecha extrema. Es lo que hay en Europa con Orbán, Meloni, Kaczinsky, Abascal, y Jordan Bardella en Francia.

En su programa, Aliança pide bajadas de impuestos; supresión de tributos como sucesiones, patrimonio y transmisiones patrimoniales; eliminar la regulación de alquileres; aumentar la presencia policial y las penas de prisión para los condenados por tres delitos de hurto.

¿Les suena? A mí sí: es casi lo mismo que pretende la llamada derecha moderada. Se confirma, pues, que ese conservadurismo clásico cristaliza crecientemente en ‘derecha extrema’. O, al menos, está dispuesto a pactar con la extrema derecha tras las votaciones europeas del 9 de junio. Véase a Von der Leyen y Manfred Weber. Ese es el mundo mejor que tendrán los hijos actuales y los hijos de los hijos. ¿Pesimismo? Llámenme viejo.

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