Opinión | Al azar
Sánchez se cree imprescindible
La decisión inesperada, inédita, arbitraria e injustificable por desproporcionada de Pedro Sánchez, al dejar en suspenso unilateral y temporalmente su relación con España, obliga a una reacción de los afectados, a veces llamados ciudadanos. El semipresidente del Gobierno no ha consultado a sus súbditos (así los considera) ni ha seguido los trámites tasados para medir la confianza popular. La célebre carta se resume en dos frases bíblicas, «no sé si sois dignos de mí» y sobre todo, «solo me tenéis a mí». El país obligado a sobrevivir con o sin Sánchez debe responderle desde el mismo gélido pragmatismo, y reclamarlo solo si su presencia mesiánica protege de males peores.
Si estás derrotado, renuncias. Si te crees con fuerzas, continúas. Solo si te sientes indispensable plantas un falso plebiscito, donde únicamente votas tú mismo tras «reflexionar con mi esposa». Es decir, entroniza oficialmente a Begoña Gómez como una figura esencial del Estado, y sometida por tanto a escrutinio público. Sánchez es capaz de irse y quedarse a la vez, los votantes han de asumir pacíficamente una decisión que arrastra a su partido y a la izquierda en su conjunto. Su carta de amor prescinde de muestras de respeto hacia la ciudadanía que lo respeta mayoritariamente, o hacia el PSOE. Su tantas veces citada relación conyugal es un reflejo o transferencia. Es él quien se proclama «profundamente enamorado de mi mujer», la viceversa ni se plantea.
Sánchez ha suscitado la misma estupefacción que al convocar de improviso las elecciones generales del 23J. No dimite parcialmente, obliga al país a una transición extralegal y controlada únicamente por él mismo. Ni siquiera concede un átomo de crédito a los bienintencionados que estos días lo aclamaban como figurantes de La vida de Brian. Ningún factor externo influiría según el presidente a medias en el lunes del Gólgota, cuando «compareceré y daré a conocer mi decisión». De nuevo, con el énfasis en la primera persona del representante de cincuenta millones de españoles. La jugarreta de Sánchez no ofrece respuestas, solo deja preguntas. Cómo se atreve y cómo se lo puede permitir, porque los valientes también se equivocan.
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