Opinión | Dulce jueves

Pérdidas y hallazgos

Vivimos en la perplejidad y la ignorancia. Colgados de los hilos paralelos del azar y el destino, nos sentimos insignificantes como hormigas o gloriosos como el sol, sin término medio

Unsplash

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Si la vida tiene un sentido final, aunque esté oculto, ¿qué nos define mejor: los logros o las pérdidas, los éxitos o los fracasos, los síes o los noes, las expectativas cumplidas o las decepciones? Si uno se mira a sí mismo a cierta edad, ¿qué ve? ¿Ambición o resignación? ¿Cómo seguir avanzando en la vida cuando las certezas se han desvanecido? ¿Es la vida un puzzle al revés, que, en lugar de ir completándose, se va llenando de agujeros? Quizá la respuesta sea que vivimos en la intersección de ambos estados de incertidumbre. Nos consolamos pensando que aquello que encontramos era algo que ya buscábamos secretamente, y que las pérdidas se producen, como se suele decir, por algún motivo que desconocemos con el fin de dar lugar a algo nuevo y mejor.

Vivimos en la perplejidad y la ignorancia. Colgados de los hilos paralelos del azar y el destino, nos sentimos insignificantes como hormigas o gloriosos como el sol, sin término medio. Conectados entre contrarios en una mañana rara tras una noche agitada en la que dudamos si hemos soñado o si es el sueño quien nos ha soñado a nosotros. Perder algo nos vuelve humildes. Encontrar nos hace sentir elegidos. Y lo más raro es que ni una cosa ni otra es merecida. Esto es lo que nos deja perplejos. ¡No lo esperábamos, no lo merecemos! Y, sin embargo, por eso tienen valor, tanto la pérdida como el hallazgo. Nos obligan a hacer algo con nosotros mismos, pues ya no somos iguales que un segundo antes. Nos enseñan que la vida está siempre a punto de cambiar. En ambos casos, nos toca aprender desde el espacio vacío de lo que se ha acabado y de lo que va a empezar. «El umbral es el lugar en el que conviene detenerse», escribió Goethe y repite Elizabeth Hardwick en Noches insomnes, su libro de memorias que encontré el domingo en la Feria del Libro, rescatado en el último momento cuando ya el librero estaba empaquetando su mercancía. Es un auténtico tratado de la desolación, donde cada adjetivo es una palada de tierra sobre cada pequeña y esforzada conquista de la vida. Un buen libro para contrarrestar esta primavera murciana tan gloriosa de luz.

Más optimista y equilibrada es Kathryn Schulz en Una estela salvaje, donde también se enfrenta al misterio de las pérdidas y los hallazgos. Ella prefiere apostar por el asombro, la esencia del amor, la sorpresa ante el destino, lo imprevisible mezclado con lo natural. «Qué asombroso es encontrar a alguien. La pérdida puede alterar nuestro sentido de la escala y nos recuerda que el mundo es abrumadoramente grande y nosotros increíblemente pequeños. Pero encontrar tiene el mismo efecto; la única diferencia es que aporta asombro en lugar de desesperanza». Mi padre tiene 93 años. Después del covid decidió no hablar más a no ser que se le pregunte. En ese caso responde con una palabra o dos. El martes salimos a pasear. En el umbral de la casa, abrochado el abrigo y encasquetado el gorro de marinero, le ofrecí el bastón. Me miró riendo como si mi gesto le pareciera una ocurrencia inverosímil. Fingió que no lo necesitaba, pero lo empuñó con elegancia.

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