Opinión | Retratos

Juan Ballester

Ginés Aniorte | Mucho más que un libro

Ginés Aniorte.

Ginés Aniorte. / L.O.

Nuestro retratado de hoy es Ginés Aniorte, aunque, en realidad la foto se la estamos haciendo al enorme poeta que acaba de publicar el libro De Verbis, a modo de tratado (editorial Renacimiento). Comienza el mismo con dos citas clave del filósofo Wittgenstein, cuya obra Tractatus Lógico-Philosóphicus es el punto de referencia de este su último poemario. La primera de las citas: Mi originalidad (si esta es la palabra correcta) es, según creo, una originalidad de la tierra, no de la semilla. (Quizá no tengo semilla propia). Se arroja una semilla en mi tierra y crece diferente que en cualquier otro terreno, es una frase que hace referencia a que, más allá de nuestro origen, solo somos presente, o lo que es lo mismo, que somos permanentemente porque la vida no es imagen yerta, sino un eterno devenir. Pero es la segunda: Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo, la que viene a dar pie a todo este definitivo tratado sobre la palabra, sobre la sustancia que nos define y nos da sentido. En el principio era el Verbo… se escribiría en el primer versículo del Evangelio de San Juan. 

Una vez leído De Verbis, cosa que (ya adelantamos) no es nada fácil, creemos que se trata de un libro distinto, uno de esos textos raros que nacen solo muy de tarde en tarde y a los que necesariamente siente uno necesidad de volver. Evidentemente, tampoco se trata de un bonito libro al uso, una de esas obras que al leerlas van provocando en el lector unas sensaciones placenteras. No, es mucho más que eso, es otra cosa. Por ejemplo, abro una página al azar, la 214. Poema 4.6.8: «Cuando todo sea escombros y cenizas -porque todo haya ardido-, el humo que desprenda el infortunio será el lenguaje único al que puedan los náufragos asirse».

Con este enorme poema sin fin, o sea, sin un tema concreto más allá del gran misterio de la vida, Ginés Aniorte ha decidido mirar hacia su interior y remover las aguas del oscuro y silencioso fondo que lo habita. De esta forma, desde la primera línea a la última, cada uno de los versos que leemos (una auténtica mirada de todos hacia el interior), nos obliga a parar, nos sobresalta y despierta, nos hace salir de esa especie de rutina permanente y placentera en la que de ordinario solemos refugiamos.

Confieso que es el primer libro que leo en mi vida que me he pasado más tiempo mirando al techo y pensando lo que acabo de leer, que leyéndolo. Como igualmente confieso que si me preguntan por él no sabría decir de qué trata, aunque sí podría enseñar algunas de las múltiples anotaciones que fui haciendo mientras lo leía: ¿Existe la palabra sin el hombre? ¿Existe Dios sólo porque lo nombro? Y si las palabras son el límite de nuestro mundo, ¿acaso su eco es el preludio de la nada...?

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