Al azar

Ya tenéis a Nadal donde queríais

Sois responsables del discurso cazurro y autocomplaciente del mito, porque se lo habéis perdonado durante veinte años, celebrando sus ocurrencias como si fuera Joaquín Sabina

El tenista Rafael Nadal.

El tenista Rafael Nadal. / Alejandro García / EFE

Matías Vallés

Matías Vallés

Rafael Nadal ya no juega, solo habla. En su versión esplendorosa, los raquetazos acallaban antes un discurso idéntico al actual. Está desguarnecido, salvo cuando evoca Wimbledon’08 o las catorce victorias en Roland Garros sin llegar nunca a los cinco sets en la final. Porque Nadal no habla como juega, y nunca lo hará. Dada la gente que le rodea, está además convencido de que no tiene que aprender a expresarse, de ahí el patinazo ante Ana Pastor que empeoró su descrédito arábigo. En la inconexa versión que desconcierta a sus admiradores, el campeón sigue siendo el más inteligente de su entorno, incluido el tío que ha migrado de PSOE a PP y mañana Dios dirá. 

Ante la resignificación del tenista, duele continuar con una imputación colectiva, pero ya tenéis a Nadal donde queríais. Aunque a menudo comentáis sus gestas indudables como si hubierais subido a la red en persona, no os alcanza el mérito de un solo drive. En cambio, sois responsables del discurso cazurro y autocomplaciente del mito, porque se lo habéis perdonado durante veinte años, celebrando sus ocurrencias como si fuera Joaquín Sabina.

Ya está bien de personalizar, vamos con la curiosa escalera de color formada por Juan Carlos I-Nadal-Florentino-Ferreras-Ana Pastor. La entrevistadora neutral se sentó juntó a su presa sin saber ni los años que llevaba de carrera, y le preguntó cuál es su torneo favorito al ganador de catorce Roland Garros. Salvo que estuviera disimulando, para que el tenista se confiara hasta disculpar su entusiasta tuit prosaudí en «no he estado muy encima», como si fuera el autor de uno solo de los comentarios de sus redes. O como si hubiera un solo espectador que no supiera que los iconos no se rebajan a teclear su instagram.

Nadal frustró su entrevista y su valoración actual por la imprudencia de no entrenarse para la conversación, por «no haber estado muy encima». O por ahorrar en el experto en gestión de crisis que debió contratar tras el fiasco saudí, pero estos especialistas salen caros. Además, piensa que lo sabe todo sobre Arabia, el feminismo y la familia, las tres asignaturas troncales de su examen de selectividad. El resultado no merece ningún comentario, por eso recibió tantos.

Si Nadal vuelve a golpear la bola con eficiencia, sus palabras se las llevará el viento. En caso contrario, podrá refugiarse en la sabiduría de su tío, cuando denuncia que a su sobrino se le acusa de tratos con Mohamed bin Salman el Descuartizador que se disculpan a otros perceptores. El argumento se le vuelve como un calcetín al filósofo de cafetín, porque entonces sería un pésimo fichaje para quienes pretendían blanquear su reino. En fin, el subtexto de que todos aceptaríamos los millones de Riad que recibirá su sobrino es cierto, al menos en mi caso. Lo cual implica que no somos mejores fuera de las pistas que Nadal, pero tampoco Nadal es mejor que nosotros. También ha dejado de ser inaccesible. Disponía de una raqueta, ahora solo golpea con palabras. Le conviene cuidarlas.

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