La Feliz Gobernación

La guerra que viene

Imagen de archivo de misiles.

Imagen de archivo de misiles. / Shutterstock

Ángel Montiel

Ángel Montiel

Empiezo a preocuparme por la actualidad de mi abuelo, el Tío Ángel el Rojo (rojo por pelirrojo, no vayan a creer otra cosa), que se marchó de este mundo allá por los últimos años 70 del siglo precedente. Pero antes de su despedida me dejó el rastro de algunas frases premonitorias. La que conviene al momento es la siguiente: «No hay generación que no haya vivido una guerra». Se refería a la historia de la humanidad y a su propia experiencia, y a la vez advertía a su nieto de que el tiempo de paz que éste disfrutaba era en su premonición un paréntesis sin cerrar.

He tenido presente esa frase desde que la escuché, y con el paso del tiempo ha ido creciendo mi optimismo hasta creer que mi generación sería una excepción. Un repaso a la Historia me permitió constatar que, salvando con mucha generosidad el siglo XVIII, el diagnóstico de mi abuelo era acertado, pero que los de mi quinta íbamos a esquivar el fatal vaticinio. 

Nací en 1958, año que se puede considerar de posguerra, pero hasta hoy no he vivido algo parecido a lo que sufrieron mis abuelos y mis padres, es decir, la guerra propiamente dicha. Pasan los años y las décadas y voy disfrutando del error predictivo de mi abuelo: no solo vivimos en paz sino que la posibilidad de la guerra es un horizonte superado. 

Una falsa percepción, si se mira bien, porque las guerras han seguido estando en nuestro entorno, más cerca o más lejos, y desde luego, ya en un mundo globalizado no podríamos decir que nos son ajenas aunque los bombardeos se produzcan en territorios geográficamente distantes. Las guerras del mundo, allá donde se suceden, son nuestras guerras a distancia. 

Pero siempre podemos consolarnos con el hecho de que estamos a salvo, pues las operaciones bélicas se desarrollan en otro teatro. Hasta que los políticos de nuestro entorno más próximo en la sociedad europea de la que formamos parte y nuestro ministro de Exteriores nos advierten de que el escenario bélico puede estar a punto estallar sobre nuestras cabezas. La guerra, nos dicen, puede suceder en el escenario que habitamos, y nos preparan para que la generación que se había salvado del terror acepte como inevitable una nueva lluvia de plomo.

Cómo lamento que mi abuelo fuera tan sabio.

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