Las fuerzas del mal

Tacones sensatos

Hacen falta más 'Tacones Sensatos', un retruécano almodovariano, para ellos y para ellas, que bastante gente anda subida hoy en día (yo el primero) en unos imposibles stilettos y luego toca correr

Mark Bryan, el hombre que adora los tacones (para ir a la oficina)

Mark Bryan, el hombre que adora los tacones (para ir a la oficina) / El Periódico

Enrique Olcina

Enrique Olcina

La Puerta del Sol tuvo en su día adoquines. Ahora me parece que se los han quitado. Los adoquines son cabujones de basalto bruñidos por los pasos que componen los miles de historias, las lágrimas, los suspiros, las monedas y las oportunidades perdidas que escondían la arena de la playa de esa generación boomer que quiso cambiar el mundo y ahora niega el cambio climático. También son guaridas donde se esconden los traicioneros huecos que asaltan los tobillos débiles en cualquier tipo de suela o tacón, incluidos los de aguja.

Se nota que el cine está hecho, mayormente, por hombres cuando ves a cualquier mujer corriendo, brincando o bailando con tacones de aguja. Que yo no digo que no se pueda, pero que tomes por asumido que se puede, así, sin que haya un pequeño arco argumental que lo explique, normal tampoco es ¿eh? Podemos dar gracias a que Cenicienta perdió solo el zapatito de cristal cuando sonaron las doce y no se rompió la crisma. Lo de la actriz Bryce Dallas es de más mérito que la princesa del cuento, corriendo en tacones mientras huía de velocirraptores durante toda la película de Jurassic World, aunque eso haga más por romper la magia de la suspensión de incredulidad en el cine que la posibilidad de clonar un dinosaurio.

Nunca me he puesto tacones de aguja, como hace Mark Bryan (un señor ingeniero cishetero, casado y poseído por el espíritu de Imelda Marcos) para ir a la oficina, y hay que reconocerle que tiene pierna para ello. Lo más alto que he ido ha sido con unos botines que me compraron, a regañadientes, el primer año de carrera, y que hacían que mis pasos sonaran como el perezoso caballo de la muerte en el eco helado de los pasillos del colegio mayor, pero veo la belleza de un taconazo bien puesto y que lo que da en belleza lo quita en bienestar. Será por eso que el ¡Hola! ha reconocido, acuñando el término ‘zapato de tacón sensato’, que a veces no merece la pena intentar asaltar los cielos caminando con un puñal de 25 centímetros debajo del talón. El tacón sensato es ese que te pones cuando te sientes empoderada pero tampoco quieres descalabrarte, por si el día o el tobillo se tuerce.

Hacen falta más 'Tacones Sensatos', un retruécano almodovariano, para ellos y para ellas, que bastante gente anda subida hoy en día, yo el primero, en unos imposibles stilettos, y luego toca correr. Lo peor de correr con tacones es cuando el suelo no es firme y los adoquines de la vida ocultan espacios insospechados, como un auto judicial que descalabra tus 25 centímetros de tacón de integridad, que se descubra una infame explotación de inmigrantes después de haberte subido a unos taconazos (tan elevados como la rueda de un tractor), de que no te pagan lo justo o sin haber averiguado quién es M. Rajoy por más que martillearas un disco duro para que confesara, te pones unos manolos morales para pasearte por los titulares de prensa cuando lo que deberías llevar es manoletinas, no sea que salga un toro por una esquina y te toque correr.

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