La Feliz Gobernación

Un psicólogo, por favor

Ha bastado que la marea llegue hasta Armengol para que se produzca el reflujo de las ‘responsabilidades políticas’ tras la lanzada al cadáver político de Ábalos 

Ilustración de Montecruz

Ilustración de Montecruz

Ángel Montiel

Ángel Montiel

De lo cutre a lo sublime, y viceversa, solo hay un paso. La vida política se desliza de manera habitual por la primera casilla, pero a veces, inesperada e involuntariamente, incurre en lo trascendente. Lo ocurrido a lo largo de esta semana es una representación shakesperiana que supera incluso los límites del autor, pues mezcla el drama y la comedia, registros que en él aparecen estancos. 

La maratón de José Luis Ábalos por antenas y platós permite confeccionar un libreto insólito, de extraordinaria novedad en el previsible desenvolvimiento del acontecer político. No hay serie televisiva que pueda superar esta sucesión de emociones, giros de guion, esperpento social y profundidad psicológica, y más cuando todo sucede en streaming, en vivo y en directo, con el cruce constante de nuevas noticias procedentes del pozo sin fondo de un sumario inagotable de sorpresas o el añadido de hallazgos sucesivos de titulares de prensa que amplían los personajes de la trama, y esto nunca mejor dicho.

Falstaff es el personaje de Shakespeare al que más se aproxima Ábalos, el que por sus relaciones peligrosas suele poner en riesgo al príncipe y al que éste abandona una vez es coronado. Se le podrá tildar con adjetivos poco edificantes, pero ¿quién no ha empatizado con él en la suprema interpretación que le dedica Orson Welles en el cine? Es la fascinación por el ángel caído, la constatación de la ingratitud del poder y la prueba de que el factor humano es una bomba de relojería contra las estructuras que se pretenden asentadas. Todo lo que parece sólido se derrumba cuando un hombre llora.

Si hubiera que titular esta tragicomedia sugeriría El Partido. El partido es padre y madre, refugio, colchón y techo. El partido define tus afinidades, determina quiénes son tus adversarios y guía tus ideas, las perfila y reconstruye: tú no tienes que pensar en nada; basta con que te atengas a lo que fluya del partido, a estar atento a la última consigna. Y si algo depende de ti es el cultivo de la habilidad para transitar por ese hábitat, en el que el juego no tiene demasiadas reglas fijas y para el que hay muchos postulantes a la ocupación de huecos. 

Ábalos es hijo del torero Carbonerito y nieto de agente de la Guardia Civil, de aquella Guardia Civil. El humilde retoño de un entorno demasiado cañí que indaga en nuevas inquietudes y acaba distinguiendo su auténtica referencia: el partido. Su lugar en el mundo. Durante más de cuarenta años el partido se lo da todo, pero él también da todo al partido. Su vista larga le permite superar situaciones de crisis haciendo apuestas difíciles, de las que resulta ganador. Y ahí, cuando contribuye de manera decisiva a reponer contra todo pronóstico a Pedro Sánchez en la secretaría general del PSOE contra el aparato de Ferraz descubre que los aparatos son frágiles: basta con apuntar al talón donde la flecha es letal. No es la de ahora la primera vez que se rebela; ya lo hizo a satisfacción manejando por toda España el volante del Peugeot del también entonces insurrecto Sánchez. 

Y en el partido, esa casa de acogida que modela su vida, alcanza la más alta cota: secretario de Organización, el que todo lo dispone, y ministro de Transportes, con partidas inversoras ubérrimas. Un día cae desde esas alturas, sin explicación aparente, y por la mano ejecutora de quien contribuyó a encumbrar. Le queda el regalo de consolación del escaño, pero ahora también se lo quieren arrebatar. Pretenden ejemplificar en su renuncia el concepto ‘responsabilidad política’ aplicado hasta ahora solo a segundones (Máximo Huerta y otros así), un gesto falso porque ha bastado que la marea llegue hasta Armengol para que se produzca el reflujo, y porque su caso es el del moro muerto al que se le propina una última lanzada. Caiga quien caiga, dicen. Pero solo cae quien ya había caído. 

"Falstaff es el personaje de Shakespeare al que más se aproxima Ábalos, el que por sus relaciones peligrosas suele poner en riesgo al príncipe y al que éste abandona una vez es coronado. Es la fascinación por el ángel caído, la ingratitud del poder a quien lo ha disfrutado..."

La resistencia de Ábalos constituye un espectáculo irresistible porque apenas se explica por motivos políticos y está repleta de contenido psicológico. Es el hombre superado ante el castillo de Kafka, perdido a su vez en los laberintos de la otra novela, El proceso. Con el añadido cruel de que él habitaba antes esas fortalezas inabordables de poder y conoce como nadie sus oscuros mecanismos. La singularidad del exministro consiste en que, a diferencia de otros que también fueron desalojados en momentos y circunstancias distintas, comprende a sus verdugos. Es probablemente consciente de que de estar en el lugar de éstos actuaría de la misma manera. Se sabe víctima inevitable, pero no tiene vocación de martir ni generosidad para inmolarse. Por eso todavía no ha iniciado la fase de reproches, sino que se remite a sí mismo, a su situación personal: no quiere ser estigmatizado por algo de lo que no es judicialmente acusado. Y se emociona a punto de las lágrimas cuando menciona a sus compañeros de partido, como si la pérdida de su complicidad anterior con ellos fuera la espina más dolorosa. 

No puedo evitar, aunque resulte hiperbólico, que la posición de Ábalos me recuerde instintivamente a aquellos llamados ‘juicios de Moscú’ en que miembros del politburó de Stalin reconocían sus culpas inexistentes mientras elogiaban al gran conductor de la revolución que los conducía al paredón. El amado líder era incontestable, y si hacía con ellos lo que hacía sería a consecuencia de un objetivo mayor, por muy injusta que fuera su acción. Ábalos también cree que la dirección de su partido se equivoca con él, pero a la vez comprende su reacción, si bien no está dispuesto a acatar su dictado, pues ha descubierto en su propia carne que el individuo tiene un valor superior al de la organización, y quienes opinan lo contrario es porque no han saboreado la suela de la bota. 

He aquí la fábula del hombre inesperadamente desamparado que sufre más la nostalgia del cálido hogar que por la intemperancia del páramo al que ha sido arrojado. Mantendrá la disciplina de partido desde el Grupo Mixto como guiño con que mantener el vínculo y también para evitar que arrecien contra él las críticas del flanco socialista, desde el que se le dirige una mirada paternalista que no esconde la furia interior, pero que no da aún el paso de incluirlo en el núcleo de la corrupción. Y esto a pesar de los evidentes sobreentendidos, pues en el PSOE, como fuera de él, se sabe que Ábalos no podía estar desentendido de las actuaciones de Koldo, pero también él sabe hasta dónde llegan las implicaciones. Y todos saben que si el juez no lo ha imputado es probablemente porque pretende agotar la instrucción en su instancia (como hiciera Garzón en el caso GAL) antes de señalar a aforados, momento en que tendrá que pasar el caso al escalón superior. 

Lo que estamos viviendo es, pues, tan sólo el primer acto de la tragicomedia: arranque potente, pero contenido sobre lo que se va a desplegar en el desarrollo, y presentación de personajes con introducción progresiva de otros más relevantes para que el interés de la función no decaiga. Ya está con un pie en escena la propia mujer de Sánchez, Begoña Gómez, que tiene más reuniones acreditadas con miembros de la trama que el propio Ábalos. Esta historia es entretenida y tiene episodios de comedia, pero podemos intuir que conduce a un final sangriento.  

Para evitar el desenlace, los guionistas del PSOE intentan desplazar la atención en otras direcciones. Y así, pretenten querer implicar al PP en el caso o rechazan ofrecer explicaciones a ese partido sacando a relucir su historial de corrupción, sin reserva de pudor por parte de la vicesecretaria general, María Jesús Montero, que viene de la Andalucía de los ERE. Aparte de que un elemental sentido democrático exigiría entender que es la sociedad, aun puenteando al PP, la que espera respuestas. Cuenta Sánchez con la ventaja de que una parte de sus socios de Gobierno no dejarán de apoyarlo a causa de la corrupción, pues su interés no reside en la limpieza de la vida pública, sino en los suyos propios de referencia territorial. Aunque a la vez es paradójico que se condene la corrupción ‘caiga quien caiga’ cuando los indultos y la amnistía vienen a paliar delitos como la malversación de fondos públicos, después de que las penas al respecto fueran rebajadas en el Código Penal. 

En estricta consideración política, Ábalos no da pena alguna. Pero su periplo exculpatorio en pro de su resistencia supone la creación de un personaje desconocido hasta ahora en el reparto de la clase política: el de quien, viniendo de donde viene y sabiendo lo que sabe, no está dispuesto a sacrificarse en un paripé de responsabilidades políticas a baja escala (lanzada sobre el muerto) para ayudar a fingir a su costa una ejemplaridad sin alcance. Tal vez no haya mal que por bien no venga y una implosión interna de la política autoritaria de Sánchez ayude a tiempo al PSOE a no convertirse en un fósil como el Partido Socialista Francés. Que es hacia donde va. 

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