Pasado de rosca

El deporte también puede ser saludable

Los padres a menudo empujan a sus hijos, antes de que estos sepan si les gusta o no una determinada práctica deportiva, a ingresar en un determinado centro y acogerse al magisterio de algún gurú, buscando el éxito futuro

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Bernar Freiría

Bernar Freiría

El deporte profesional se ha convertido en un espectáculo de primer orden en todo el mundo. No solo por los millones de espectadores que lo siguen, sino también por las enormes cantidades de dinero que mueve. Los salarios que perciben y la popularidad de la que gozan algunas estrellas destacadas en diversas prácticas deportivas son prueba del relumbrón de ese espectáculo.

Por otra parte, importancia económica y desarrollo tecnológico van parejos en este mundo que nos ha tocado vivir, y la práctica deportiva de alto nivel no escapa al uso de la más avanzada tecnología. Hoy, para tener éxito en el deporte no basta con tener un físico y un sistema nervioso prodigioso. Tampoco con tener un talento destacado para una determinada práctica deportiva. Sin entrenamientos exhaustivos y altamente tecnificados ningún talento natural llegará a triunfar en el deporte-espectáculo al más alto nivel.

Estos entrenamientos que buscan el límite de las capacidades atléticas de los deportistas de élite les pasan factura en muchas ocasiones, comprometiendo severamente su salud futura. No es infrecuente, en los últimos tiempos, ver a exdeportistas caminar renqueantes a causa de lesiones crónicas, artrosis y deformidades, que son la huella en sus articulaciones y músculos de una práctica que los convirtió en exitosos triunfadores primero y en demediados ciudadanos de a pie después. Otro de los requisitos para llegar a alcanzar la excelencia deportiva es comenzar la práctica en edades muy tempranas. Y ahí son los padres los que a menudo empujan a sus hijos, antes de que estos sepan si les gusta o no una determinada práctica deportiva, a ingresar en un determinado centro y acogerse al magisterio de algún gurú, buscando el éxito futuro. La esperanza de que su vástago se convierta en un Messi o un Usain Bolt los lleva a hacerles practicar, de un modo poco sensato y semiprofesional, a una edad en la que el juego y la diversión deberían ser el único horizonte para su retozar.

Últimamente, viene sucediendo en demasiadas ocasiones que alguno de esos gurús con personalidades conflictivas han usado y abusado de su carisma y ascendiente para realizar todo tipo de abusos, vejaciones, humillaciones y tiranías sobre sus pupilos. Muchas veces el niño o el joven que ha sufrido los malos tratos y abusos (a veces de índole sexual) no es consciente de lo que está padeciendo, y solo muchos años después es capaz de expresarlo y, eventualmente, denunciar ante los tribunales al abusador. El deseo de triunfo y el temor a defraudar al entrenador, o a los padres, hacen que el joven se someta en silencio a todas las exigencias de quien le promete que puede llegar a ser alguien en su práctica deportiva. No hace falta irse a Estados Unidos y mencionar el nombre de Simone Biles. Muy cerca de nosotros, en Alhama, concretamente, tenemos algún ejemplo de lo que denunciamos. El último caso que se ha conocido es la acusación de los presuntos malos tratos que en Mallorca presuntamente infligía un entrenador de gimnasia artística a sus pupilas. Obligarlas a entrenar con lesiones, maltrato físico y verbal y vejaciones de todo tipo son el largo rosario de abusos que este entrenador propinaba a las jóvenes gimnastas bajo su mandato. Y siempre culpabilizándolas a ellas de su modo de proceder.

El reciente caso del ‘pico’ dado por el presidente de la Federación Española de Fútbol a Jenny Hermoso reveló todas las humillaciones que estaban sufriendo las componentes de la selección española de fútbol por parte tanto del citado presidente como del entrenador. La situación de inferioridad en la que se encuentra el pupilo con relación a quien lo adiestra, la admiración y confianza que le profesa, añadidos a la ansiedad y el deseo de triunfar en un mundo deportivo en el que las promesas de éxito (que muy pocos alcanzarán) son estratosféricas, favorecen esa situación de sometimiento y dependencia en la que las personalidades tortuosas encontrarán el caldo de cultivo para satisfacer sus pulsiones sádicas y abusar de todas las maneras posibles del adiestrado.

La conclusión es que deben establecerse mecanismos de control que minimicen el riesgo de que los abusadores gocen de ‘barra libre’ para dar rienda suelta a sus impulsos y perjudiquen a niños y jóvenes que quedarán marcados, muchas veces de por vida, por esos malos tratos. Los centros de alto rendimiento deberían estar sometidos a escrutinio permanente de las relaciones personales y de todas las prácticas que allí tienen lugar.Si imperase el sentido común, sería ocioso advertir a los padres para que no empujen a sus hijos a unas exigencias en la práctica deportiva inadecuadas para su edad y, sobre todo, para su bienestar y desarrollo armónico.

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