La mirada del lúculo

Rastros de pintura en el menú

De Arcimboldo a Pollock, la comida ha servido de gran inspiración a muchos de los grandes artistas plásticos de la historia

Jackson Pollock, por Pablo García

Jackson Pollock, por Pablo García

Luis M. Alonso

Luis M. Alonso

Giuseppe Arcimboldo fue el pintor de las estaciones. No inventó la comida en la pintura, pero sí la representación de ella en el rostro humano. Un calabacín o una pera por nariz, como ejemplos. Los procesos anamórficos y las cabezas compuestas se encuentran entre sus especialidades gastronómicas. Podríamos llamarlo un visionario hortícola; se encargó de dejar un interesante legado vegano en los bodegones compuestos de los rostros de sus cuadros.

En general, el bodegón representa arte culinario en la pintura. A lo largo de la historia me han llamado la atención algunos cuadros de ese estilo: la explosión de color de las manzanas en la naturaleza muerta de Van Gogh que se exhibe en Amsterdam es uno de ellos. Otro corresponde al sugestivo montículo de mantequilla de Antoine Vollon de la Galería Nacional de Arte de Washington DC. Un tercero es la representación genuina del banquete de Johannes de Heem, que junta en un mismo lienzo, y de manera exuberante, jamón, abundante fruta y langosta. El cuarto bien podrían ser las manzanas y naranjas que plasmó Paul Cézanne en la pintura que se puede ver en museo parisino de Orsay. Y me detengo para no cometer el error de omitir cualquier otra demasiado representativa que en estos momentos y lamentablemente no me viene a la cabeza.

No me olvidaré, en cambio, de Jackson Pollock, que es probablemente de todos los pintores modernos el que más tuvo presente la comida en sus cuadros, entre sus características salpicaduras de colores. Pollock es famoso por la actitud asilvestrada y su lucha contra el alcoholismo. Pero esa no es la imagen completa del artista y su vida. Era un ávido cocinero y un amante de la buena comida. No solo llegó a beber demasiado, también amasaba pan. Consiguió, además, que se divulgase una salsa de espagueti con su nombre. Conservo la receta: en una sartén de fondo grueso calentamos aceite y doramos cebolla. Agregamos carne de lomo de cerdo finamente cortada a mano, champiñones, pasta de tomate, agua, sal, pimienta y una hoja de laurel; cubrimos y cocinamos a fuego lento durante media hora aproximadamente. Juntamos el guiso con el espagueti y espolvoreamos parmesano por encima. No es gran cosa, pero sí son los espaguetis de Pollock, al que le gustaba cocinar comida sencilla pero muy elogiada por los invitados. En su casa de Springs (East Hampton, Nueva York) abundaba el pan recién horneado, los esponjosos pancakes, blinis, mejillones y distintas tartas recién salidas del horno. La comida inspiraba la pintura que chorreaba, dominada por el color, la forma y la belleza de muchos ingredientes naturales.

Esta afición figura reseñada en un libro de fotografías con sus recetas publicado hace unos años con el título Dinner with Jackson Pollock. Era compartida por su mujer, Lee Krasner, que moriría casi treinta años después del accidente de automóvil que acabó con la vida de aquel expresionista abstracto maestro del ‘dripping’ cuando conducía ebrio. Krasner se había criado en medio de las recetas judías que su madre aprendió en la entonces ciudad rusa de Odesa. Ella era la que se encargaba de organizar la cenas a las que acudían críticos, galeristas y amigos, y que llegaron a concentrar la atención del mundo del arte. Los padres de la compañera de Pollock regentaron un puesto de pescado, fruta y otros productos de la huerta en un mercado de Brooklyn, al poco tiempo de haber llegado a Estados Unidos desde Europa.

He leído que la cocina de la casa donde vivía el pintor con Krasner, en los años 40 y 50, poco tenía que ver con la de otros hogares americanos. Podría haber aterrizado allí la mismísima Julia Child. Buena cerámica, toda clase de utensilios de hierro, pesadas cacerolas de Le Creuset, instrumental francés de alta gama, además de una colección de vajillas de la diseñadora húngara Eva Zeisel, que más tarde se expondría en el MoMA. A la mesa, además de los espagueti, llegaban platos sureños, enchiladas, de los buenos amigos de la pareja que habían nacido al sur de la línea Mason-Dixon. También las especialidades sirias, gracias a la artista Lucia Wilcox. El pastel de manzana de Pollock ganó una vez el primer premio en una feria rural en Long Island.

Decir que Pollock se aplicaba a los ingredientes de la cocina con la misma precisión que las gotas de pintura caían en su cromática obra, creando un hermoso caos sugestivo, no sería exagerado si no fuera que la dieta que él mismo se aplicó, por consejo de un farmacéutico, para abandonar la bebida, jamás llegó a surtir el efecto deseado. Cuando ‘Jack el salpicador’, como lo bautizó la revista Time debido a su técnica de arrojar botes de pintura sobre los lienzos, murió prematuramente en su Oldsmobile descapotable, a los 44 años, la víctima se encontraba una vez más bajo los efectos del alcohol.

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