Tribuna Libre

La cuñada infiel

Andrés Pacheco Guevara

Lo que les voy a narrar acaeció en el Juzgado de distrito de mi Lorca natal, hace muchos años. Debo advertir que algunos términos del relato son impropios por malsonantes, pero es de ver que la justicia, sobre todo la penal, busca el alcance de la verdad (de la verdadera verdad diría yo), y no de la visión de la realidad que tenga y exponga cada uno de los contendientes en una causa, aun de leve tenor, como lo era un juicio de faltas. Ello propicia la necesidad de hablar claro en la vista, esto es, de forma que todos entiendan su curso y puedan declarar con el lenguaje que consideren más adecuado para plasmar aquella realidad. Y es que de esa absoluta necesidad de que se hable claro puede depender nada más y nada menos que la clase y la duración de una condena, si esta llega a producirse.

Una ciudadana había denunciado ante la Guardia Civil a su cuñado, hermano de su marido fallecido, por maltratarla e incluso propinarle alguna bofetada. Recibido el atestado en el juzgado, se tramitó el correspondiente expediente y se señaló para la vista pública del caso determinada fecha. En tal acto, aparte del juez, se encontraban el fiscal, el secretario judicial y un abogado por cada parte. La mujer se ratificó en su inicial delación y, seguidamente, el denunciado fue interrogado por el ministerio público. Todos los presentes pudimos comprobar la actitud altiva y casi soberbia del sujeto, que respondía con firmeza y hasta rabia a las cuestiones que le planteaba el fiscal. Daba la sensación de que se habían intercalado los papeles, pues él sería el perjudicado y no el agresor.

Pero el interrogatorio alcanzó un nivel ciertamente recio cuando, cuestionado sobre si efectivamente había abofeteado a la viuda de su hermano en alguna ocasión, el fulano contestó que sí, que varias veces. Y, ante la sorpresa general de todos, explicó seguidamente las razones que justificaban su conducta.

«Miren ustedes -adujo- mi hermano, que en paz descanse, murió hace tres años, y desde entonces esta mujer se está acostando con todos los tíos que le gustan, algo que desprestigia enormemente a su marido, aunque haya muerto, y que nos deshonra a sus familiares». Y ahora va la perla: «Y eso que yo le he censurado su conducta y le he comunicado varias veces que si quería polla, aquí estaba la mía, y no tenía que andar por ahí puteando y arruinando la buena fama de su difunto cónyuge».

Indudablemente, ese individuo pensaba que los cuernos en este supuesto serían de merengue, de los que no duelen, y que nunca desbordaría esa situación el ámbito familiar, de manera que todo completo, para él, claro, pues disfrutaría de su cuñada, joven y de muy buen ver, y preservaría a la vez la memoria de su hermanico.

En los tiempos actuales, tales declaraciones hubiesen ocasionado la inmediata suspensión de la vista y la continuación de las diligencias, pero por un delito, pero faltaban muchos lustros para que se incardinara ese tipo penal en el Código correspondiente al aprobarse la Ley de Violencia contra la Mujer, que, por cierto, que yo sepa, ha sido la única en la Democracia que fue votada favorablemente por la unanimidad de los miembros del Congreso de los Diputados, dada su imprescindibilidad en un Estado Social y Democrático de Derecho como el que proclama la Constitución.

Por supuesto, aquel individuo fue condenado por abofetear a la cuñada, pero seguro que aún se preguntará si el juez estaba muy en sus cabales al castigar su actuación en defensa del honor de su familia.

Debe recordarse, por último, que aparte de las sanciones que en ámbito criminal merezcan estas infracciones, hoy existe en este país una legislación civil que protege especialmente el honor y la intimidad de las personas, reprendiendo actitudes como la aquí narrada que vengan a incidir en esos derechos fundamentales de todos los españoles, toda vez que, en contrario sentido al que algunos creen y otros apoyan, como escribió en este diario hace unas semanas el magistrado Magro Servet, no existe el derecho a insultar, y menos a ofender deliberadamente y sin motivo suficiente alguno, pese a que en esta sociedad inculta, confundida y desquiciada por el empacho de información manipulada que se recibe cada día por los medios de difusión y por las diabólicas redes sociales, se haya hecho común la sensación de que todo vale, pues todo cabe dentro de la libertad de expresión que también proclama nuestra Ley Fundamental. Por más que la falta de conocimiento sobre lo permitido y lo prohibido provoque esta realidad, insultar, ofender y afrentar caprichosamente a los conciudadanos siempre reclamará un reproche legal, y más aún, como en el supuesto analizado, cuando se acompañan esas lindezas de una agresión física, como las recibidas varias veces por aquella viuda de manos de su violento e interesado cuñado.

En definitiva, cosas de mi pueblo.

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