Noticias del Antropoceno

Corrupción locativa: de la felación a la mordida

Dionisio Escarabajal

Dionisio Escarabajal

La ley de hierro de los fenómenos de corrupción en España, sobre todo los que implican a los políticos de izquierda (aquí también hay distintos sabores según la afiliación política, como en los helados) es que la gravedad del caso es directamente proporcional al tiempo que tarda en salir el puticlub de turno. Porque aquí no hay mordida, prevaricación o cohecho que no haya empezado, seguido o terminado en un puticlub de carretera. 

Pasó en Sevilla con los ERE, con el Tito Berni en Canarias, y había pasado antes con Luis Roldán. Aquí no hay habido que esperar tanto, porque el propio protagonista del escándalo fue portero de un puticlub navarro. Alguien se lo tendría que haber pensado. No solamente España es la meca de los puticlubs de Europa, sino que se aprovecha a fondo esta circunstancia para facilitar la cultura de la corrupción. Usando el pedante término de la ministra del ramo al proponer la ley contra las putas (con la excusa de perseguir a los puteros) en la que insistió como algo novedoso perseguir al mismo tiempo lo que llamó ‘prostitución locativa’. A los lupanares se les había llamado de todo en todos los tiempos, pero lo de la ‘prostitución locativa’ me pareció ‘lo más’.

Con más razón ahora habría que hablar de ‘corrupción locativa’, puesto que el mismo hecho delictivo se puede detectar en una localización concreta y normalmente recurrente (los puticlubs tienen señoritas putas, que rotan, y señores clientes, que permanecen). Y es que el puticlub genera de por sí y potencia al mismo tiempo lo que podríamos llamar ‘degeneración potencial de los negocios turbios’. Contribuyen al relajamiento de la moralidad en un ambiente compartido y, como consecuencia, al estrechamiento de lazos de camaradería. No hay nada mejor que comentar una mamada ‘in progress’ de una cama a otra para cimentar las bases de un sustancioso contubernio. Si hemos compartido eso, por qué nos vamos a parar ahí: saca whisky cheli para el personal, y que rueden los maletines.

El caso más bronco de la etapa democrática fue el de Luis Roldán, un patán de Pamplona que acabó de director general de la Guardia Civil, con tan poca cabeza y pocos escrúpulos que acabó saliendo en el Intervú con gayumbos, putones de al cuarto y más rayas de cocacína que las da la camiseta del Atlético, club de fútbol del que era un acendrado fan. 

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