El castillete

El narco: capitalismo y corrupción

Los guardias civiles que se juegan la vida en el Campo de Gibraltar y otras zonas conflictivas no lo hacen contra una deriva violenta del viejo contrabando, sino contra la versión más cutre y deshumanizada del capital financiero

Funeral celebrado en Pamplona en memoria de David Pérez Carracedo, uno de los guardias civiles fallecidos en Barbate (Cádiz) al ser arrollada su patrullera por una narcolancha.

Funeral celebrado en Pamplona en memoria de David Pérez Carracedo, uno de los guardias civiles fallecidos en Barbate (Cádiz) al ser arrollada su patrullera por una narcolancha. / Villar López / EFE

José Haro Hernández

José Haro Hernández

En la década de los 80, se emitió una serie que cautivó a la audiencia: Corrupción en Miami. En uno de sus capítulos, los dos detectives protagonistas, interpretados por Don Johnson y Philip Michael Thomas, siguiendo la pista de un relevante capo de la droga, llegaron hasta el despacho del director de uno de los bancos de Florida, el cual les comunicó que no pensaba proporcionarles la información que le requerían sobre uno de sus más destacados clientes. El jefe de ambos, desde comisaría, les ordenó telefónicamente que no insistieran. Frustrados, abandonan la sede bancaria comentando que en esas condiciones es imposible luchar contra las mafias que operan en la zona.

Viene lo anterior a cuento del asombro, a raíz del asesinato de dos guardias civiles a manos de unos individuos de Barbate que utilizaron como arma homicida su propia narcolancha, que ha suscitado en la opinión pública tanto la impunidad en la que se desenvuelve este tipo de delincuencia como los medios de que dispone para llevar a cabo sus actividades, muy superiores a los de las fuerzas del orden, víctimas en este aspecto de la creciente precarización del Estado

Ello tiene un fundamento muy claro: el narcotráfico es un negocio más de los que conforman el sistema capitalista. Ocurre que opera en el lado oscuro de este y, sin duda, se ha disparado desde que el neoliberalismo triunfó en Occidente allá por finales de los 70. A partir de entonces, todo vale para acumular capital, para hacer dinero. Por las vías legales y por las ilegales. Para que estas últimas puedan operar con cierta libertad, es preciso que se cumplan dos condiciones. 

Por un lado, hay que debilitar al Estado. Y ello se hace en nombre de la supuesta necesaria desregulación que es preciso implementar para favorecer el impulso de la iniciativa privada, base, nos cuentan, del crecimiento económico y del progreso. También se fomenta el libre comercio, es decir, se minoran los controles en frontera para todo lo que venga de fuera (lo estamos viendo ahora con la competencia desleal agrícola), igualmente para estimular el desarrollo, sobre todo (presuntamente) el de los países más vulnerables.

Por otra parte, se refuerzan los instrumentos en virtud de los cuales el dinero ilícito o negro que se genera en la economía pueda reciclarse o lavarse, legalizarse en suma. Así, los paraísos fiscales mueven al año unos 600 mil millones de dólares provenientes de la economía criminal: tráfico de drogas, de armas y de personas. Por su parte, la banca ha acogido en su seno una cantidad de dinero proveniente de este comercio criminal que, según la ONU, ha servido para otorgar una liquidez a las entidades financieras de tal magnitud que permitió salvar a muchas de ellas de la crisis financiera de 2010. Uno de los bancos más grandes del mundo, el británico HSBC, llegó a ser multado con 1.900 millones de dólares en 2008 por el lavado de dinero de dos cárteles, uno mexicano y otro colombiano. En fin, en España, uno de nuestros más relevantes bancos fue acusado por el FBI, hace más de 20 años, de blanquear dinero mediante la compra de un banco suramericano, operación en la que quedarían legitimados unos fondos procedentes del narcotráfico depositados en un paraíso fiscal. Por último, es de sobra conocido el fenómeno de blanqueo a través de la adquisición de inmuebles, de suerte que muchos de esos fondos buitre que compran edificios enteros para echar a la gente de sus casas a fin de convertirlas en pisos turísticos o de lujo, están nutridos de dinero de más que dudosa procedencia.

El neoliberalismo también ha desempeñado un papel determinante en la generación de bolsas de pobreza y desempleo que están sirviendo de ejército de reserva para las mafias que trafican con droga y con personas. A este respecto, es paradigmática la situación de la comarca del Campo de Gibraltar, donde la falta de trabajo es un acicate para que los parados y paradas se presten a buscar dinero fácil delinquiendo. Si en esa tierra y otras similares la gente tuviera un empleo que le proporcionara una vida digna, de seguro que no se arriesgaría a perder su libertad, y quizá su vida, a bordo de una narcolancha.

Como tampoco se la jugaría si su trabajo fuera más peligroso. Y aquí nos adentramos en el elemento que falta en esta ecuación: la corrupción. No es posible el nivel de impunidad con que actúan estas tramas sin complicidades importantes en los aparatos de Estado. Se dice que los delincuentes conocían en Barbate todo el cuadrante de operaciones de la guardia civil, lo cual solo se explica si hay alguien desde el interior del cuerpo policial que actúa en connivencia con aquéllos. Abundando en la misma dirección, se ha informado que el Organismo de Coordinación del Narcotráfico (OCON) Sur, unidad de élite de la guardia civil, fue disuelta en 2022 coincidiendo con una investigación abierta contra su jefe por posible colaboración con el crimen organizado. Este teniente coronel será juzgado en breve al imputársele un delito de cohecho por proponer a un teniente un ascenso a cambio de que este le revelara si le estaban investigando por sus conexiones con un clan de la droga.

Los guardias civiles que se juegan la vida en el Campo de Gibraltar y otras zonas conflictivas no lo hacen contra una deriva violenta del viejo contrabando, sino contra la versión más cutre y deshumanizada del capital financiero, perfectamente imbricada con su vertiente legal y respetable.

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