Noticias del Antropoceno

Dr. Strangelove, volando hacia Moscú

El presidente ruso Vladímir Putin.

El presidente ruso Vladímir Putin. / EFE

Dionisio Escarabajal

Dionisio Escarabajal

Si no fuera por el sacrificio obsceno ve vidas humanas que implica, estaríamos disfrutando con el espectáculo que nos proporciona casi diariamente el macho alfa de los tiranos del mundo, el inefable y paranoico Vladimir Putin. En sus primeros días de presidente, por delegación de Yeltsin, que admiraba en él la estabilidad emocional y fortaleza de un ex espía del KGB que a él le faltaba por exceso de ingesta alcohólica, se hizo filmar respondiendo a las preguntas del periodista camuflado de taxista, remedando el papel de un célebre icono de la televisión popular rusa, el personaje de un espía como él en sus inicios. 

Después nos proporcionó una imagen inédita en la historia gráfica del poder político posando a caballo a pecho descubierto en un ambiente de naturaleza nevada, presumiendo de su virilidad, en ese momento ya potenciada por los efluvios de su recién consolidado poder omnímodo. 

Pero el último trazo de su personalidad paranoica va mucho más lejos y pretende transmitir una señal inequívoca a sus destinatarios (los dirigentes occidentales que él considera un puñado de blandos amariconados). Hace unos días Putin se ha subido a un modelo renovado de uno de los primeros bombarderos nucleares estratégicos que fabricó la URSS, como señal de que los usaría en las circunstancias que considerara conveniente.

¿A quien no le viene a la cabeza la escena final de Dr. Strangelove, Volamos hacia Moscú, de Stanley Kubrick en la que vemos al último piloto remanente del escuadrón de bombarderos norteamericano pasar de la orden de suspender la misión y lanzar una bomba atómica sobre Rusia, montándose en ella literalmente porque el mecanismo de liberación se había enganchado y la tiene que soltar manualmente, al tiempo que agita el sombrero, sonando de fondo la nostálgica canción que recuerda a los amigos que partieron al más allá antes que nosotros? 

Y es que no nos da la vida contemplando la farsa ucraniana, que recuerda a la reflexión de Karl Marx a propósito de la Revolución Francesa y de su remedo en las revoluciones de principios del siglo XIX en toda Europa: la Historia se repite, pero la primera vez como tragedia, la segunda como farsa. Tuvimos la Guerra Fría, con sus espías de verdad y sus misiles de Cuba, y ahora tenemos a Vladimir Putin con su par de cojones y a pecho descubierto matando opositores indefensos. 

Suscríbete para seguir leyendo