El retrovisor

La retórica, ese arte

Hoy basta con saber, leer y escribir, aunque sea con dificultad, para expresarse sin recato y de cualquier forma desde una tribuna

El profesor Enrique Tierno Galván, junto a un joven José Bono, tras una charla en la Universidad de Murcia en los años setenta

El profesor Enrique Tierno Galván, junto a un joven José Bono, tras una charla en la Universidad de Murcia en los años setenta / Archivo TLM

Miguel López-Guzmán

Miguel López-Guzmán

En Murcia, la retórica es conocida como ‘explicaeras’. Un arte milenario que se centra en la comunicación verbal persuasiva. Ya en la Grecia clásica se enseñaba como habilidad fundamental para los políticos. 

En teoría, la componen tres elementos: el ‘ethos’, que se refiere a la credibilidad y autoridad del orador; el ‘pathos’, que trata de levantar las emociones de la audiencia y el ‘logos’ que se enfoca en la lógica y la razón de un argumento. Desde Demóstenes, Séneca y Cicerón, la retórica es una poderosa herramienta que influye en la forma en que las personas piensan y actúan. Metáforas, analogías, testimonios o estadísticas sirven para captar la atención y convencer.

Existió un siglo dorado de la dialéctica en la política española del que ya no queda nada: Castelar, Francisco Pi y Margall, José Canalejas, Nicolás Salmerón, José Echegaray... fueron maestros de la oratoria culta y convincente. Unamuno, Azaña, José Antonio Primo de Rivera y José Calvo Sotelo destacaron desde el Parlamento, en charlas y en mítines. Lenin, Hitler y Mussolini cautivaron a las masas con su oratoria.

Manuel Fraga Iribarne llevaba las ideas por delante de la palabra, lo que le producía cierto atolondramiento en su expresión verbal, algo que contrastaba con la serenidad del profesor Tierno Galván. El notario Blas Piñar López daba a sus discursos una musicalidad que pocos o ninguno consiguieron, haciendo alarde de memoria e improvisación al expresar su palabra sin papel alguno, siendo uno de los grandes oradores de la recién estrenada democracia española, allá por los ochenta, al igual que el exministro de Franco, Fernando Suárez.

La cultura dota al orador de una aureola que solo confiere la sabiduría. Hoy basta con saber, leer y escribir, aunque sea con dificultad, para expresarse sin recato y de cualquier forma desde una tribuna. La traducción simultánea sirve para enmascarar el mal verbo de algunos representantes independentistas al expresarse en idiomas regionales por muy cooficiales que estos sean. 

La vicepresidenta Yolanda Díaz posee una retórica esquiva y ocurrente. La que me recuerda al actor Antonio Ozores en sus intervenciones en ‘El estado de la nación’, del programa radiofónico del gran Luis del Olmo, Protagonistas.

Entre los oradores regionales de los últimos tiempos habrá que destacar a Ramón Luis Valcárcel por su capacidad de improvisación. El alcalde José Ballesta goza de buena voz y mejor pronunciación, lo que hace que sus palabras se conviertan en una auténtica poesía sin fondo.

Ramonet ‘el de las mantas’ fue un conocido vendedor ambulante de Orihuela. Este poseía grandes dotes de orador convenciendo a la parroquia en sus ventas, lo que no le ocurre al socialista Francisco Vélez, ya que si tuviera que vender mantas, no vendería ninguna, pese a su esfuerzo y demagogia. A la palabra se unen ciertos ‘tics’ que acompañan a quienes se suben a la tribuna. Sirva de ejemplo Mariano Rajoy cuando sacaba la lengua, lo mismo que el presidente Pedro Sánchez cuando miente y sube sus cejas hasta el mismísimo flequillo.

La falta de currículum se suple con la arrogancia. Muchos políticos de hoy se duermen en los laureles de quienes se sienten observados pese a su falta de conocimientos en cualquier disciplina.

El presidente López Miras ha adquirido soltura y seguridad en sus intervenciones dialécticas, consecuencia de la experiencia adquirida en el cargo, pese a su juventud. Algunos de sus consejeros carecen de fuerza verbal, no les sale la voz del cuerpo, quizás por la presión que ejercen sus estrechas chaquetas sobre el tórax, todo en aras de la moda.

Las ‘explicaeras’ son importantes en política, pero se llega a estadista cuando se piensa en los ciudadanos más que en ganar unas elecciones.

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