Todo por escrito

Parte del paisaje

Gema Panalés Lorca

Gema Panalés Lorca

Si uno camina un domingo por la mañana por las calles de Hong Kong, como una hormiga entre los imponentes rascacielos, será testigo de una escena insólita. En los parques, estaciones de metro y calles adyacentes al distrito financiero observará una marabunta de mujeres de mediana edad, que hablan diferentes lenguas, pero conforman una misma comunidad.

Son las ‘maids’ o empleadas del hogar, mujeres de Filipinas, Malasia e Indonesia que los domingos (su único día libre) se congregan en los parques porque no tienen otro lugar al que ir. Allí improvisan picnics y comparten confidencias con otras expatriadas. Al atardecer regresan a la casa de sus empleadores: familias ricas para las que trabajan 18 horas diarias por unos 600 euros mensuales. 

Hong Kong es una de las ciudades con mayor número de trabajadoras del hogar (300.000), muchas de ellas en régimen de esclavitud moderna. En el lugar con el metro cuadrado más caro del mundo y con más rascacielos (657) se registra también la tasa más elevada de muertes de empleadas domésticas por limpieza de ventanas. Un cóctel explosivo. 

El primer domingo que uno contempla a las sirvientas en los parques de Hong Kong se queda impactado, pero, con el paso del tiempo, comienza a acostumbrarse. El exotismo inicial pasa a ser algo cotidiano, nuestros ojos se habitúan a la escena y dejamos de ver la triste realidad que esconde: se convierte en parte del paisaje.

El otro día, perdiendo el tiempo en Instagram, me saltó el típico vídeo de celebración de boda: música optimista, planos detalle de la comida y tomas generales de la finca sevillana que acogía el evento. Iba a deslizar el dedo cuando un detalle me heló la sangre: las camareras lucían unos uniformes de mucama sacados de El cuento de la criada. Vestido negro por encima de los tobillos, delantal y guantes blancos, y una redecilla que les cubría medio rostro.

Lo más humillante era que las chicas, de pie y distribuidas en dos filas, tenían que recibir a los invitados con las manos a la espalda, en posición de sumisión (los camareros hombres estaban exentos, claro). Me metí a leer los comentarios: «A nosotros nos encanta verlas así, van monísimas», se jactaba la empresa de catering responsable.

En Hong Kong, Sevilla o Albudeite, hay escenas a las que nuestros ojos jamás deberían acostumbrarse, por más que tengamos asumido que las desigualdades entre ricos y pobres, hombres y mujeres, los de aquí y los de fuera, forman parte del paisaje.

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