Crónicas de Titiriturcia

Anuncios para pobres

Nos han creado una sociedad consumista en la que primero generan la necesidad y después el producto. La gente se ha acostumbrado a comprar cualquier cosa

L.O.

L.O.

Antonio López

Antonio López

Ha llegado un momento en el que es imposible ver una película en televisión sin tragarte una hora de anuncios. Salvo que pagues a una plataforma todos los meses, la oferta de ocio en las cadenas abiertas está condicionada al consumo de una auténtica inmoralidad de publicidad para ver cualquier cosa. Las grandes corporaciones, como Mediaset y Atresmedia, han adoptado la modalidad de los siete minutos. En sus programas de mayor audiencia te largan siete minutos de anuncios por cada cinco de contenido, algo absolutamente desesperante, que hace imposible terminar de ver el programa en cuestión, sobre todo si se trata de uno de esos concursos basura tan rentables para las productoras, donde contratan famosillos de medio pelo para que se peleen en una casa, una isla o una granja, por conseguir un premio de mierda y una popularidad que, como mucho, les servirá para participar en otro de esos concursos que ahora les llaman ‘realities’.

Si eres pobre y no puedes comprar el abono para una televisión de pago, tendrás que joderte y ver Gran Hermano, un culebrón turco o una tertulia en la que solo hablan de la Pantoja, Bárbara Rey, Victoria o su hermanito Froilán, todos ellos personajes de interés general por sus vidas ejemplares, modelo para una sociedad que, ante la imposibilidad de salir a cenar a un restaurante, por no poder pagarlo, se tiene que quedar en su casa comiendo huevos fritos, en aceite de girasol, y disfrutando de la basura que sale por el televisor.

Cómo será la cosa que ya no te dejan ver ni el fútbol. Si te ponen algún deporte, es el ciclismo, el bádminton o el waterpolo, deportes que no interesan ni al más tonto, pero que no pagan derechos de retransmisión.

Sorprendentemente, una gran parte de los ‘spots’ que nos meten por los ojos son de productos que la mayoría de televidentes no podemos comprar: coches, cruceros, vacaciones, electrodomésticos, jamón de Jabugo y tantos otros. Sin embargo, paralelamente a los artículos que no podemos adquirir, nos enchufan los que sí podemos, anuncios para pobres: embutidos de hidratos de carbono, detergentes, ropa de segunda mano, pasta de dientes, galletas baratas y papel para limpiarte el culo. Todo eso, junto a las medicinas, no hay más remedio que comprarlo, pero ya sabes, si compras la marca que sale por la tele te costará tres o cuatro veces más que la marca blanca y por supuesto no habrá diferencia en su calidad.

De todas esas cosas que te inducen a comprar, ¿cuántas son realmente necesarias? Nos han creado una sociedad consumista en la que primero generan la necesidad y después el producto. La gente se ha acostumbrado a comprar cualquier cosa, para eso están los bancos, antes pedíamos un préstamo para el coche o la vivienda, hoy lo pedimos para ir de vacaciones, para comprar una bicicleta o un colchón nuevo, y lo realmente dramático es que al ritmo que evoluciona la economía, en muy poco tiempo los pediremos para comprar un kilo de carne o una garrafa de cinco litros de aceite de oliva.

Hay que reconocer que los publicistas son extremadamente hábiles en su trabajo, saben darle el toque oportuno a los anuncios según sea el receptor del mismo. Usan marujas para vender a marujas, guapos para vender a guapos y ricos para vender a ricos, ¿se imaginan a una maruja anunciando un coche de alta gama?, ¿a un tipo con un traje de Armani fregando los platos?, ¿y a un andrajoso comiendo Ferrero Rocher?, así como que no casa, cada oveja con su pareja y Dios en la de todos.

De toda la gama de anuncios que nos obligan a visualizar diariamente, hay unos que me parecen especialmente repugnantes: son los dirigidos a provocar el deseo del juego a través de las casas de apuestas y casinos en línea, que han proliferado como setas y a partir de las doce de la noche monopolizan todos los canales televisivos hasta bien entrada la madrugada. A esas horas el martilleo publicitario es brutal, cada tres minutos de programa te meten una cuña publicitaria de dos, donde unas chicas guapísimas con unas minifaldas de infarto te animan a jugar a todo lo imaginable: ruleta, black jack, póquer y cualquier cosa que pase por la imaginación de los pobres ludópatas a los que intentan trincarle el sueldo a golpe de escote y piernas bonitas de unas más que provocadoras crupieres.

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