Error del sistema

El pijama de rayas en Palestina

La sociedad israelí está poblada de espectros que, con su raído pijama de rayas, han conformado un imaginario colectivo, una identidad nacional anclada en el victimismo

Refugiados palestinos en Deir Al Balah.

Refugiados palestinos en Deir Al Balah. / MOHAMMED SABER / EFE

Emma Riverola

Emma Riverola

Un hilo universal une la voluntad de exterminio. El rosario atraviesa la historia. Una cuenta, la colonización de América. Otra, el mercado de esclavos trasatlánticos. Otra más, por supuesto, el Holocausto. Ese engranaje perfecto, esa ejecución sistemática y masiva de la aniquilación. No era una asignatura nueva, pero Hitler supo ser el alumno más aventajado. Hay más casos. El genocidio bosnio en la masacre de Srebrenica, la locura de los jemeres rojos en Camboya, la carnicería de Ruanda en 1994… Estos días, una cuenta se engrosa en Palestina

Bajo la óptica sionista, Palestina siempre ha sido un pueblo ajeno que debía ser eliminado de su territorio. La expulsión y la asfixia han sido sus tácticas. Como un molusco, ha considerado a los palestinos una sustancia extraña, y sobre ellos ha ido tejiendo una red opresiva y envolvente que solo buscaba su estrangulación definitiva. Netanyahu avanza adecuadamente en la asignatura de los exterminadores. Tras las bombas y el hambre espera conseguir un Israel radiante y monocolor: la perla sionista.  

Contrastando con la contundencia de Josep Borrell, de España o de Irlanda, EE UU y buena parte de Europa arrastran los pies a la hora de tomar medidas contundentes que frenen la barbarie. Son muchos los intereses políticos y económicos en juego, las vinculaciones culturales… Y también pesa el ayer. De algún modo, los muertos del pasado velan los rostros de los muertos de hoy. Los espíritus de los niños judíos exterminados en las cámaras de gas parecen imponerse a los pequeños palestinos que agonizan en el suelo de un hospital. 

La sociedad israelí está poblada de espectros que, con su raído pijama de rayas, han conformado un imaginario colectivo, una identidad nacional anclada en el victimismo. Cualquier recriminación, toda crítica pasa a ser un renglón más de una historia de persecución secular. Una amenaza existencial que transmuta el Estado-refugio en Estado-fortín.

Hemos crecido con los estudios, imágenes, lecturas y películas sobre el Holocausto. Hemos llorado y nos hemos preguntado mil veces cómo fue posible. Hemos colocado a los judíos en la casilla de las víctimas y a los nazis, en la de monstruos. Pero quizá nos hemos resistido a aceptar que Hitler solo fue una cuenta -terriblemente efectiva- del rosario exterminador. Que en su casilla también encontraríamos a nuestros ancestros -colonización, esclavitud- y que, por lo tanto, la asignatura pendiente es saber disociar a las víctimas de la tramoya del horror.

Ya hemos llorado -y podemos seguir haciéndolo- a las víctimas de la Shoá, nuestra humanidad obliga a ofrecer consuelo, pero esa misma humanidad necesita defenderse de los ataques del presente y del futuro. Hoy, son los palestinos los que sufren y mueren por el desvarío de Netanyahu. Sobre ellos se cierne una maquinaria de destrucción. 

No habrá perla sionista. Del mismo modo que muere esa utopía, ese milagro que algunos quisieron ver en Israel. 

Las cenizas del Holocausto también sepultaron al Tercer Reich.

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