Espacio abierto

Zorra

Por mucho que nos llamemos ‘zorras’ a nosotras mismas, el termino no va a perder de la noche a la mañana su significado despectivo y denigrante que ha predominado durante siglos

Nebulossa, representante de España en Eurovisión, interpretando su canción 'Zorra'

Nebulossa, representante de España en Eurovisión, interpretando su canción 'Zorra' / Joaquín P. Reina / Europa Press

+Mujeres

Cuando Las Vulpes en 1983 tocaron en directo Me gusta ser una zorra, en el programa Caja de Ritmos de Televisión Española y que dirigía el ya desaparecido Carlos Tena, se produjo la hecatombe. El periódico ABC exigió a Televisión Española que tomara medidas de inmediato. El fiscal general del Estado interpuso una querella por escándalo público. Y el Partido Democrático Popular, que se presentó a las elecciones en coalición con el Partido Popular, protestó con contundencia. En fin, que un grupo punk de chicas adolescentes se había convertido en un asunto de Estado.

Si nos situamos en el momento social y político en el que todo esto ocurrió, muy diferente al de ahora mismo en algunos aspectos y muy similar en otros, encontramos que el movimiento punk se encontraba en todo su apogeo desde mediados de los setenta. Lo punk no era solo música, era la identidad cultural de la ira, la privación de derechos y la rebelión. Era también una forma de estar en el mundo, una filosofía, una estética, el movimiento juvenil de la rebeldía sin filtro.

The Sex Pistols, los Ramones o The Clash ya eran conocidos en todo el planeta. En España, siguiendo las modas del Reino Unido, surgen grupos como Kaka de Luxe, Siniestro Total o el mismísimo Ramoncín, ‘el rey del pollo frito’ (sí, ese señor respetable que ahora participa en las tertulias televisivas). 

Las Vulpes era un grupo solo de chicas, algo muy raro, el único del momento. Eran casi unas niñas, tenían entre 17 y 21 años. Querían hacerse notar y, haciéndose eco de la filosofía punk, provocar y escandalizar a la parte más casposa y rancia de la sociedad proveniente del franquismo, y que en este país, cuarenta años después, parece que todavía no hemos logrado quitarnos de encima. Utilizar la frase en la que ellas mismas expresan su deseo de ser unas ‘zorras’, mandar a tomar por culo a un hombre que les habla de amor o nombrar la masturbación como preferencia sexual no parecía tener otra finalidad que la de abrirse camino en el mundo de la música de forma transgresora e incluso violenta, cualidades o defectos que van unidos al movimiento punk. De hecho, esta canción no es más que una versión femenina de otra canción de Parálisis Permanente titulada Quiero ser un perro, que, a su vez, es la versión en castellano de I Wanna Be Your Dog de Iggy Pop, y ninguna de ellas provocó tanto escándalo.

El caso de Zorra del dúo alicantino Nebulossa también ha despertado polémica sin duda, pero, por el contrario, ha tenido una acogida espectacular y muy positiva por gran parte de la sociedad. Llamarse ‘zorra’ a una misma ahora parece super guay, es un acto de libertad y es muy feminista. Distintas tertulias, en radio, televisión y en las redes hablan, incluso se la ha calificado de himno feminista. A Carmen Lomana le parece de perlas, incluido al presidente del Gobierno le gusta.

El argumento principal para su aceptación se basa en que llamar ‘zorra’ de forma amistosa a una mujer se ha hecho popular, y con su uso continuo se consigue resignificarla. O sea, que a base de repetir el estribillo de esta canción conseguimos, por arte de magia, que deje de ser el mayor insulto que se le puede decir a una mujer y que el sentido denigrante y humillante utilizado a lo largo de la historia por violadores, misóginos y maltratadores para denigrar, humillar y hacer daño a las mujeres se banalice, y se neutraliza la fuerza con la que hiere. La frase «soy una zorra de postal» es el abracadabra que borra de un plumazo todo el significado vejatorio con el que se ha utilizado durante siglos. 

Para que entendamos mejor cómo funciona la resignificación de una palabra, se ha comparado con otros casos en los que un término, previamente injurioso ha sido descargado de su malignidad por el uso. Un ejemplo de esto es ‘maricón’ o ‘nigger’, como se llaman los miembros de estos colectivos entre ellos y cuyos significados, como todos sabemos, son: homosexual y negro, respectivamente. Según esta argumentación, ambos términos han pasado de insulto a una forma cariñosa y amistosa de nombrarse. Laura Freixas lo explica bastante claro en El País, en el artículo ¿Puede ser ‘Zorra’ una canción feminista? .

‘Maricón’ significa homosexual, y ‘Nigger’, negro, ‘zorra’, por el contrario, no significa mujer, sino puta o prostituta, y que sepamos hasta ahora, mujer y puta no son sinónimos. A no ser que entendamos que todas las mujeres son putas, al menos en potencia. 

Nos recuerda Freixas, como dato, que ‘zorra’ es la palabra más usada en el porno violento, el insulto favorito de los maltratadores, violadores y asesinos de mujeres: aparece en 15.000 sentencias. Un dato como este debe llevarnos a tener cuidado a la hora de frivolizar sobre él.

Raquel Díaz, la mujer que quedó en silla de ruedas tras una paliza de su marido maltratador, presentó en el juicio algunas llamadas telefónicas que grabó de su agresor amenazándola y que utilizaba esta palabra constantemente: «Zorra, hija de puta, ¿te has muerto ya?». 

Dar el poder de resignificación de un término a una cancioncilla de dudosa calidad, aun reconociéndole que, además de la palabra ‘zorra’, en su letra tiene más contenido que ha sido obviado intencionadamente por sus detractores, porque ha sido la triunfadora del Benidorm Fest y elegida para representarnos en Eurovisión, resulta demasiado simple, fácil, y, sobre todo, erróneo. Freixas cita a Celia Amorós cuando señala que «no resignifica quién quiere, sino quien puede», y por mucho que nos llamemos ‘zorras’ a nosotras mismas, el termino no va a perder de la noche a la mañana su significado despectivo y denigrante que ha predominado durante siglos. ¿Se consigue así que cuando te vayan a insultar, violar, o matar haga menos daño? ¿Nos empodera a las víctimas? 

Clara Serra, en el mismo debate de El País, tiene otro punto de vista. Habla de que el feminismo está dando un significado unívoco a un término que significa varias cosas socialmente. Pero por más que escudriñemos estos significados, solo dos parecen claros. Y cuando a una mujer se le llama ‘zorra’ no significa ‘hembra del zorro’.

Serra prefiere situarse en un punto intermedio, y nos dice que entre el insulto machista de ‘zorra’ y el himno feminista puede haber otras alternativas. Seguramente es así. Quizá no es la panacea de la libertad femenina, pero tampoco podemos eliminar su pequeña aportación. 

Una cosa es cierta, que el uso de las palabras por las personas transforma el lenguaje, como lo es igualmente que el contexto en el que se usan influye en el significado, y que los hombres misóginos que insultan a las mujeres llamándolas zorras, no son los dueños de los significados, como argumenta Sierra, pero resulta difícil creer que un tema musical de calidad muy dudosa para un festival de música mediocre sea la mejor forma de resignificarla, o neutralizarla. Como ha dicho Carmen Calvo cuando se le ha preguntado por el asunto: «Esto es una canción para ganar dinero y votos, y ya está. Y ahí la podríamos dejar».

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