Observatorio

El coraje europeísta de Borrell

A Europa y a Borrell no les queda mucho espacio: por mucho que pese en muchas cancillerías, la postura genuinamente europeísta hoy ante Gaza es la que con coraje mantiene el alto representante de la política Exterior de la Unión Europea

El jefe de la diplomacia Europea, Josep Borrell, el pasado martes en Buselas

El jefe de la diplomacia Europea, Josep Borrell, el pasado martes en Buselas / Olivier Hoslet - EFE

Joan Cañete Bayle

Cuando habla de Israel, el alto representante de la política Exterior de la Unión Europea, Josep Borrell, no lo hace de oídas. En 1969, Borrell pasó el verano en un kibutz cercano a Hebrón, donde coincidió con la que sería su primera esposa. En 1969, dos años después de la guerra de los Seis Días (1967), recién había empezado la ocupación israelí de Cisjordania, la franja de Gaza y Jerusalén Este más allá de la Línea Verde, las fronteras de Israel reconocidas por la comunidad internacional. Europeísta y creyente en el multilateralismo, durante años a Borrell se le consideró un admirador del Estado de Israel, hasta que su defensa de la legislación internacional y los derechos humanos le hizo caer en el lado contrario de las simpatías de los amigos de Israel. Su nombramiento al frente de la diplomacia europea ya fue recibido con suspicacias por parte de Tel Aviv y con críticas de la prensa israelí, pero ha sido su postura firme en contra de la masacre indiscriminada de civiles en la franja de Gaza la que lo ha incluido en la lista (cada vez más nutrida) de enemigos públicos del Estado hebreo.

El Borrell criticado por su postura ante la operación militar en Gaza («Un horror no justifica otro») es el mismo que fue elogiado por su posición inequívocamente europeísta ante la invasión rusa de Ucrania. Son dos conflictos muy diferentes, pero pueden abordarse con la misma visión del mundo: rechazo a la muerte de los civiles, defensa del derecho internacional como la forma de lidiar con los conflictos y claridad y firmeza a la hora de defender los principios. No hay zonas de ambigüedad en la postura de Borrell a la hora de denunciar lo injustificable. En Ucrania, el europeísmo se considera parte del conflicto porque lo ve como una agresión no solo a un país europeo, sino a la idea de Europa. En Gaza, el europeísmo entiende la amenaza que entraña la masacre de civiles a la idea de un sistema de relaciones internacional basado en los derechos humanos y un modelo de gobernanza mundial. Una idea que, después del trágico siglo XX, Europa ha hecho gala de liderar.

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Uno de los dramas de Israel es que el mismo sistema de gobernanza creado tras la Segunda Guerra Mundial, entre otros motivos para evitar que volviera a suceder otro Holocausto y que dio lugar al nacimiento del Estado hebreo, se ha convertido en uno de sus objetivos declarados. Ni la ONU, ni la legislación internacional, ni los tratados internacionales ni principios universales como el respeto y la defensa de los derechos humanos conciernen a Israel, llamado por los utópicos que acudieron a sus kibutz en los albores de su creación a formar parte de un orden internacional más justo, a pesar del innegable carácter nacionalista y colonialista de la ideología sionista. Hoy, en cambio, Israel representa el unilateralismo más extremo, la impunidad descarnada, la desacomplejada ley del más fuerte. Su concepto de la legítima defensa implica una matanza insufrible de civiles, miles de ellos niños, y la destrucción sistemática de un territorio empobrecido, superpoblado y sin capacidad de defenderse. 

Es, en definitiva, un desafío al sistema de cuerpo ideológico de las relaciones internacionales del que Europa ha hecho bandera desde la Segunda Guerra Mundial. Un desafío único, debido al apoyo de Estados Unidos a Israel y la compleja relación de los países europeos con Tel Aviv. El Estado hebreo, políticamente, es Occidente, uno de los nuestros. Por ello, la ejemplaridad occidental se desmorona entre los hospitales de Gaza convertidos en objetivo militar. Y, con ella, una idea de las relaciones internacionales consustancial a la construcción europea. Durante años, la Unión Europea, muchos países y la opinión pública han preferido no ver lo que sucedía (lo que hoy ocurre no empezó el 7-O), pero, 30.000 muertos después, ya no es posible autoengañarse. De ahí que Borrell hable de embargo de armas y países como Irlanda y España planteen activar el botón nuclear de la relación entre Europa e Israel: la cláusula sobre respeto a los derechos humanos del Acuerdo de Asociación UE-Israel. Palabras muy mayores.

A Europa y a Borrell no les queda mucho espacio: por mucho que pese en muchas cancillerías, la postura genuinamente europeísta hoy ante Gaza es la que con coraje mantiene el alto representante de la política Exterior de la Unión Europea. 

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