Erre que erre (rock 'n' roll)

Adiós, San Valentín

De alguna manera hoy ya pasó ese día en el que a todos, de forma inconsciente, nos surgen un millón de dudas al cuestionarnos si quién camina a nuestro lado es el ideal o sólo lo que nos merecemos

Andrej Lišakov / Unsplash

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Jutxa Ródenas

Jutxa Ródenas

Reincidiendo en errores, empiezo a creer en la firme teoría que cuenta eso de que si una pareja no ha durado más de un año, no tiene sentido llamarla ‘relación’, sólo es un ensayo absurdo de intentar el convencionalismo que de muchas escapa, una desviación de la conducta, digamos.

Se me está haciendo eterna esta semanita de pétalos y envoltorios. Y es que, cuando el amor hace trampa, toca resolver la psicosis causada por las cosas del querer con uno mismo, que no es poco. Lo dijo Tim Burton a través de su Edward Bloom en esa majestuosa película que es Big Fish (2003): «Dicen que cuando conoces al amor de tu vida, el tiempo se para, y es verdad». Bueno, en mi caso, la vida sigue a ritmo de la sonda Parker Probe, y sin perspectiva de frenar. Y es que, siempre lo digo, el amor es para los valientes, a pesar de la distancia o vicisitudes que se presenten. Soy cada vez más consciente de que, personalmente, en este tema arriesgo bien poco. Suele pasar cuando una ya ha sobrevolado por berenjenales varios y no tiene ganas de volver a aterrizar en el mismo fango. Febrero se ha convertido en un mes insípido, más que de costumbre.

Febrero, el mes del amor para tantas parejas y demás triangulaciones, con independencia de si se acuerdan o no el resto del año, esa marca registrada en el calendario de los centros comerciales o agencias de viaje. Y bueno, de alguna manera hoy ya pasó ese día en el que a todos, de forma inconsciente, nos surgen un millón de dudas al cuestionarnos si quién camina a nuestro lado es el ideal o sólo lo que nos merecemos. Una vez medio aclarada esta cuestión, tanto en vísperas como terminado San Valentín, puedo dar fe de que se precipitan demasiadas rupturas, aunque ahí también influye el nivel de pusilanimidad del que te deja. Pero eso es una opinión personal, que me han educado a mí en los mejores colegios como para andar calificando los malos gestos de nadie. La culpa de una ruptura siempre es de dos, en mi caso suele tenerla él y algún antiguo ente que no termina de disiparse, permítanme la broma. Ahora en serio, empiezo a pensar que en mi caso es única y absolutamente mía por el hecho confirmado de fijarme mayoritariamente en tipos tibios, personas a priori nada exabruptas que pasaban por ahí, con bastante indiferencia y poca sangre, les diré. Gente sin obras, que ni frío ni caliente. Que no lo digo yo, lo dice el Apocalipsis 3:15-16. Para muestra, esas relaciones, digamos importantes, que he creído tener, por las que incluso me habría jugado todo a una carta, y de un plumazo han desaparecido pocos días antes de la fecha que otros andan celebrando. Hartura de ‘gosthing’, que lo llaman ahora. Y mire usted, creo que existimos mujeres poco pidonas, que no significa no exigentes. Las hay capaces de hacer malabares para querer infinito simple y llanamente con mostrarles un poco de respeto, risas, complicidad, buen sexo, gratitud, esfuerzo, aprendizaje, generosidad, abrazos, buen sexo, fidelidad, atención, comunicación, confianza, apoyo, aceptación, coincidencias en gustos musicales y buen sexo. Convencida estoy de que muchas se darían por satisfechas. Aun sin celebrar estos días el amor conyugal, vivo rodeada de mujeres que muestran cero quejas ante la imposición de guardar las formas ante una fecha señalada. Afortunadamente, para nada andamos escasas de momentos de felicidad que nos regala la vida. Ayer sin ir más lejos, una compañera comentaba con el cirujano al final de un turno interminable qué por su parte no había nada que celebrar. El médico la miró intransigente, y casi perdonándole la vida, me hizo cómplice y le dijo, sentenciando: «¿Tienes menos de 40 años y un cáncer de esófago o de páncreas como los que hemos diagnosticado hoy? ¡Pues mira si tienes que celebrar!, así que, cuando salgas, procura que la cerveza que tomes esté bien fría, y cuando la alces, sonríe, vive y disfruta de ti y de los tuyos hasta que tu vida se detenga». Mi amiga hacía pucheros, y yo pensé en Sandra Templeton antes de convertirse en la señora Bloom, y supe festejar San Valentín cómo se celebran los buenos momentos, con solemnidad y vino. Porque, en este día, el amor propio es el realmente importante para compartir con alguien más.

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